Leopoldo Bonías
El que fuera jefe de la Policía Local de Valencia en los
últimos años de la alcaldesa Clementina Ródenas y otros varios con Rita
Barberá, el coronel D. Pedro Calderón, afirmaba que el miedo era bueno, pero
que había que ser capaz de controlarlo. “El miedo es bueno , pero hay que
evitar que se convierta en pánico”.
Tras la jubilación del inolvidable D.
Manuel Jordán Montañés, catedrático de Derecho Romano de la Facultad de Derecho
de la Universidad de Valencia, llegó a ocupar el máximo cargo del Cuerpo
policial otro hombre como D. Pedro Calderón que al igual que su antecesor, protagonizó muchas anécdotas. Era D. Pedro, compañero de promoción
del rey emérito y dicen las malas lenguas que vino a la jefatura de la Policía
Local de la mano del ministro José Barrionuevo . Se podría escribir un libro
del coronel Calderón, expresión esta que se utiliza equivocadamente de forma
despectiva por muchos cuando lo realmente malo es que no se pueda escribir ni
una sola línea de una persona.
A pesar de su fuerte carácter forjado en la milicia , era D.
Pedro un hombre inteligente y ocurrente. En una de sus conferencias de forma
inopinada dijo que iba a hablar del miedo y para ilustrar lo que luego sería la
conclusión final comenzó refiriéndose a una de las vivencias que más le habían
marcado.
Al terminar sus estudios en la Academia Militar, fue
destinado como teniente al Sáhara, en aquella época español. Las incursiones
del Frente Polisario en lo que era una guerra no declarada resultaban frecuentes.
Contaba D. Pedro que estaba durmiendo una noche en la
tienda de campaña prestando servicio de oficial de guardia cuando fue
despertado por un veterano legionario. “¡¡Mi teniente!!. ¡¡Mi teniente!!. ¡¡Han
matado a un centinela!!”. Al oír esto pensó, “ojo, el enemigo está cerca”. Confuso
ante el curtido legionario el bisoño oficial se mostró desconcertado. El
legionario tuvo la osadía de preguntarle; “¿Mi teniente, está usted temblando?.
Con la agilidad mental que le caracterizaba reaccionó diciendo; “¡¡Sí, estoy
temblando de ira!!, ¡¡de ira!!”, al
tiempo que se levantaba enérgico y comenzaba a dar instrucciones.
D. Pedro Calderón sintió el peligro del fuego real por
primera vez. No el fuego de unas
maniobras militares, sino el que había causado una baja humana. Supo controlar
el miedo que le produjo una situación para él todavía desconocida y ese mismo
miedo es el que le sirvió para actuar con energía pero con cautela. Por eso no
dudaba en afirmar que el miedo no es malo, sino el no saber controlarlo y eso
es lo que pedía a los policías que tienen el deber de sacrificarse en defensa
de la integridad de las personas a las que tienen la obligación de proteger.
Ese miedo al que hacía referencia D. Pedro Calderón
que le produjo una situación para él desconocida, es el que parece adueñarse de
una sociedad como la española que no está acostumbrada a vivir un escenario
como el
actual. Después de muchos años de consenso ha llegado la hora del disenso.
Desde luego tan democrático es lo uno como lo otro. Pero cuando algunos han
decidido no respetar las leyes, imponer un pensamiento único y amenazan con
soluciones “a la eslovena” en Cataluña, la gente ya empieza a buscar valientes
para que se hagan cargo del timón. No quieren confusos ni pusilánimes.
Maslow ya establecía la seguridad como la segunda necesidad básica
de las personas detrás de las fisiológicas (comida, ropa, etc) y sin ella
cubierta, no era posible aspirar a la satisfacción de otras superiores
gráficamente señaladas en su famosa teoría de la pirámide de Maslow
(necesidades sociales, de reconocimiento o de autodesarrollo).
En este contexto, la postura gallarda del gobierno de España
de celebrar el próximo Consejo de Ministros en Barcelona no puede merecer más
que el reconocimiento de todos los españoles de bien cualquiera que sea su
ideología.
Parece que ha llegado la hora de los duros.
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