Carlos Gil. Hace
unos días que no puedo
evitar oír en la radio la campaña institucional de la
Generalitat Valenciana en
torno a la celebración del Día Internacional contra la
Violencia de Género. Y
me da vergüenza.
Soy
partidario incondicional de
la igualdad de oportunidades entre hombres y mujeres, tanto en
el ámbito
personal como en el laboral y veo, además, la espectacular
evolución que la sociedad
española ha tenido, en las últimas décadas, en este aspecto y
no puedo más que
alegrarme de que sea así.
Soy
también consciente de que
queda mucho camino por andar. Que se ha sentado una base
sólida sobre la que
quedan muchos pilares por construir para alcanzar la igualdad
plena. Pero eso
no pasa por considerar machista a cualquier política que no
ponga por delante
(no digo en condiciones de igualdad, sino por delante) a los
derechos de la
mujer sobre los del hombre.
La
igualdad no puede pasar por
construir una sociedad bipolar de hombres y mujeres, de “tots
i totes”. Si
somos iguales, somos iguales y, si no nos gustan las
alternativas que nuestras
lenguas nos ofertan para referirnos a todos de manera conjunta
y por igual,
inventemos otras, pero diferenciar no es una política para
alcanzar la
igualdad.
Las
aspiraciones de un hombre no
son machismo. Son aspiraciones, iguales que la de la mujer,
que tienen los
mismos derechos a ser defendidas y exprimidas al máximo. Lo
que es machista es discriminar a la mujer con cuitas, como si
no fuesen capaces de alcanzar por sí mismas esos puestos de
responsabilidad. Es penalizar la maternidad
y la construcción de la familia, objetivo que, pese a lo que
parece creer este Govern,
comparten aún muchísimos valencianos (y valencianas).
Ningún
convenio colectivo permite
diferencias salariales entre hombres y mujeres. Eso no es
machismo. Eso es
ilegal. Si, realmente, el Govern percibe esa situación, ¿cómo
no lo denuncia?
Porque no ocurre. Porque las diferencias salariales parten de
que aún hay
diferencias en los puestos de responsabilidad que ocupan unos
y otras. Eso es
lo que hay que corregir, creando facilidades para el mejor
desarrollo de su
carrera en cualquier etapa de su vida.
La
violencia no es machismo. Es
violencia. Y da igual de donde venga. Es violencia. A las
cosas hay que
llamarlas por su nombre y puede que todo machista sea
potencialmente violento,
pero no todo violento tiene porqué ser machista. Aun así,
seguimos sumando demasiadas víctimas por violencia de género
en lo que va de año. Eso es
machismo, sí, pero también es que algo falla en las
administraciones públicas
que se centran en contemplar la herida antes que ponerle
solución.
Necesitamos
trabajar en
perspectiva. Ver de dónde venimos y el gran camino que hemos
recorrido. Con
interés, con paciencia y con políticas verdaderamente
tendentes a la igualdad,
seguro que podemos alcanzar el resultado que a todos (y a
todas) nos gustaría.
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