Carlos Gil. No voy a hablar del libro de Sánchez, no. Afortunadamente, la literatura española nos deja, cada año, una innumerable cantidad de referencias que merecen mucho más la pena que el diario ególatra y engreído de quien ha dedicado los ocho meses que debía dirigir el presente y futuro de los españoles a viajar, presumir, fotografiarse y, por si fuera poco, contárnoslo en un libro que nunca tendré en mis estanterías.
Sin embargo, no puedo evitar referirme a una nueva ocurrencia del personaje en cuestión que, como si de una infantil rabieta se tratara, nos ha llamado a todos a las urnas el próximo 28 de abril. No debía parecerme mall, en principio, puesto que ese era su compromiso cuando presentó la moción de censura contra Mariano Rajoy. Pero visto que luego se olvidó y parecía querer quedarse en Moncloa, como poco, hasta los diez años que los fabricantes dicen que tiene de vida su nuevo colchón, seguro que había otras opciones más acertadas para fijar la fecha que muchos estábamos esperando.
Pero no. La llamada de atención llegada desde dentro del propio PSOE acerca de las líneas rojas que nunca debía cruzar en sus cesiones a Cataluña precipitaron los acontecimientos y la no aprobación de los Presupuestos para 2019 generó una pataleta que se anticipaba al más optimista pronóstico de adelanto electoral.
Por muchas ganas que tenga de ver salir de la Moncloa a sus actuales inquilinos, me parece absurdo celebrar unas elecciones a solo cuatro semanas de otra convocatoria ya conocida de antemano. Por un lado, nos dejaremos 130 millones de euros (casi tres por español) en el capricho de Sánchez, pero, además, la campaña de las nacionales va a interferir, y no poco, en el calendario electoral de municipales y autonómicas (si Ximo Puig no lo remedia y se contagia en el adelanto).
De todos es sabido que la campaña electoral propiamente dicha no es más que un hito de cercanía al momento de la votación, pero que comienza mucho antes de las dos semanas que establece la ley electoral. Así, se van a juntar campañas, con precampañas, presentaciones de candidaturas, votaciones, publicación de resultados, negociaciones para la Mesa del Congreso y jornadas de reflexión, pero lo peor es que vamos a tener tantas claves de voto que no vamos a saber en qué clave votar.
Visto el nivel de tensión que se da en las Cortes y con la total certeza de que se acabará trasladando a la calle durante los próximos meses, las campañas electorales superpuestas no auguran una primavera tranquila. Se va a paralizar el gobierno del Estado, el de las Comunidades Autónomas y el de los Ayuntamientos durante, al menos, cuatro meses, en que las descalificaciones prometen vencer, por mucho, a las nuevas propuestas. Y España, no está para parálisis.
Eso sí, sin duda quienes van a verse como los más perjudicados en todo este proceso serán quienes tengan que pasar el segundo Domingo de Pascua sentados en una mesa electoral. ¡¡Todo sea por la Democracia!!
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