Ana Gómez El frío de estas semanas agudiza nuestro sentido del hogar, del calor, del abrigo. Por desgracia, vivir bajo techo confortable es una quimera para muchas personas en la ciudad de Valencia. Las causas de esta situación indigna son muy diversas: falta de red social, escasez absoluta de ingresos, adicciones y otros problemas de salud. Todos los esfuerzos son pocos para intentar ganar su confianza y procuras derivarlas a los recursos existentes.
Muchas personas viven sin techo todo el año, pero es precisamente ahora cuando están más expuestas a las bajas temperaturas, a acumular sus pertenencias en carros o cajas, a dormir entre cartones y mantas en cajeros o bajo los puentes. Con frecuencia alejamos la mirada al advertir su presencia porque, sí, molesta pensar que haya gente viviendo en esa situación.
Lo que me resulta más insultante todavía es todo aquello que no vemos, situaciones de quienes viven en una casa, si es que se puede calificar así, pero no disponen de agua ni de luz. Así es. También hay, aquí, algunas de estas situaciones. Son una enorme bofetada para una sociedad que presume de bienestar. Un contraste que evidencia la indolencia y pasividad a la que nos hemos acostumbrado a vivir ante el dolor ajeno.
Además de tener programas durante todo el año para personas sin hogar o que viven en asentamientos o infraviviendas, Cruz Roja salió la semana pasada con las patrullas de la Policía Local de Valencia a comprobar el estado de estas personas y dar apoyo. Más que una bebida caliente, lo que más agradecían era precisamente la conversación, la cercanía, que se les mirara de tú a tú, y no por encima del hombro.
Por todo ello, es fundamental abrir los ojos, dejar atrás la pasividad y movilizar la escucha activa hacia situaciones extremas, hacia quienes viven en la calle, muy cerca de todos nosotros.
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