Foto Finezas/Colección Joan Lluis Llop.
Francisco López Porcal Decía
el ingeniero y urbanista Kevin Lynch que aunque las líneas generales de los
rasgos urbanos pueden mantenerse durante cierto tiempo, los detalles cambian
constantemente y “solamente se puede efectuar un control parcial sobre su crecimiento
y forma. No hay un resultado definitivo, sino una sucesión ininterrumpida de
fases”.
Desde una perspectiva histórica, los elementos urbanos que atraen la
mirada del artista constituyen la génesis de los símbolos que perviven durante
mucho tiempo hasta que desaparecen motivados por el crecimiento de las
ciudades.
Dentro de estos elementos urbanos caracterizados como móviles, son
sin duda alguna los tranvías, aquellos que colaboran en la identificación del
espacio imaginario de las ciudades. En este sentido Valencia no ha sido ni es
una excepción.
Desde la aparición del primer tranvía de tracción animal en 1876
uniendo el centro de la ciudad con el Grao, adoptando más tarde la técnica del
vapor en 1892 y electrificándose las líneas durante los primeros años del siglo
XX, lo cierto es que los tranvías han transformado y caracterizado el paisaje
urbano de la capital del Turia.
De esta forma, el cableado aéreo, la
disposición de los raíles, así como los diferentes modelos de unidades que han
circulado por las calles valencianas han ido configurando y a su vez identificando
un periodo histórico en cada caso concreto, asociando además el tipo de
publicidad anunciada, reflejo de la vida diaria del momento, como reclamo a la
vista de los transeúntes y viajeros: “Esmalte dental el Torero”, “Anís
Castellana”, “Viker”, “Lejía los Tres Ramos”, “Cocinas Corberó” y tantos otros
anuncios de limpieza, aseo personal, belleza y la comodidad de las marcas más
avanzadas de electrodomésticos, que como ahora, bombardeaban con una serie de
productos para mejorar la vida del ciudadano de a pie.
El imaginario de Valencia ha
recogido algunos episodios en los que el tranvía se ha convertido en un
personaje más de la trama. No solo en Tranvía
a la Malvarrosa (1997), de Manuel Vicent, el protagonista descubre el amor
a una joven que sigue el trayecto
circular del tranvía por el redondel de circunvalación, sino que en Gràcies per la propina, de Ferran
Torrent, los hermanos Ferran y Pepín Torres, muestran su sagacidad y atrevimiento
a la salida de clase para aparentar un roce erótico ante las ingenuas jóvenes
del colegio Jesús y María en un tranvía repleto.
Sabían de memoria el tramo de
la vía donde el vehículo efectuaba un vaivén, que les proporcionaba un mayor
rendimiento sin la más mínima sospecha. En un ambiente totalmente distinto, el
periodo de posguerra, Frederic Martí, nos relata en La ciutat trista, una Valencia triste y sórdida en un ambiente de
silencio y miseria que tenía su correspondencia en el semblante lleno de incertidumbre
de los pasajeros del tranvía, unos convoyes descoloridos y oxidados, como cajas
llenas de cadáveres, decía Martí.
En junio del próximo año se
cumplirán cincuenta años del último tranvía antiguo que circuló por Valencia,
un modelo nuevo, alargado, visible en las calles en 1943 para dar servicio a los poblados
marítimos, toda una avanzadilla del nuevo transporte que la ciudad necesitaba,
con ruedas más ocultas, puertas plegadizas y un interior mucho más amplio.
A
partir de 1970, el trolebús primero y después el autobús, comenzaron a cambiar el
panorama urbano de una ciudad que cerraba un capítulo histórico de más de
noventa años en materia de transporte urbano. Sin embargo veinticuatro años más
tarde, Valencia se convertiría en la primera ciudad de España en introducir en
el tranvía moderno que conocemos hoy.
El abandono y el desguace hicieron
que gran parte de este interesante material desapareciera para siempre. No
obstante, los antiguos talleres de FGV de Torrent guardan diverso material
restaurado de estos tranvías, incluso unidades del antiguo trenet, que esperan
a ser expuestos en aquel llamado Museo valenciano del transporte que en su día
tanto se habló para ser ubicado en la nave número 4, obra del arquitecto modernista
Demetrio Ribes del recién inaugurado Parque Central. N
ada se ha vuelto a hablar
sobre este tema y como tantos y tantos buenos propósitos nacidos en esta
ciudad, me temo que también haya caído en el olvido. Nuestros gobernantes deben
valorar que la idea propuesta no es baladí, pues sería una buena ocasión para
que las nuevas generaciones conocieran un aspecto importante de la imagen
urbana de Valencia que el tiempo se llevó, lejos del metro y del nuevo tranvía
que tomamos hoy con toda naturalidad. La nueva Administración nacida de las
próximas elecciones debía considerarlo. Pero ya se sabe, el acervo cultural de
esta ciudad no parece convertirse en su objetivo prioritario.
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