Susana Gisbert. Acaba
2018. Y, cómo no, parece que toca hacer balance del año que se nos va, de lo
que nos queda de él y de lo quisiéramos borrar para siempre, que de todo hay.
Pero
yo esta vez me centraré en un aspecto que me aporta una ración de esperanza
considerable. Las mujeres y nuestro sitio en la sociedad. Nada menos que la
mitad de la población.
No
creo que me equivoque si afirmo que se recordará 2018 como el año en que las
mujeres dijimos basta. El 8 de marzo salimos a la calle, acompañadas de muchos
hombres, para reclamar nuestro sitio, nuestros derechos, los que no nos
reconoce todavía la ley y los que, aun reconociéndonoslos, no se hacen
efectivos. Reclamábamos, nada más y nada menos, que la igualdad real. Y lo
hacíamos de un modo multitudinario, llenando las calles de todas las ciudades
españolas y tiñéndolas de violeta. Un tinte que, como todos los de buena
calidad, no se marcha por más lavados que se hagan.
Ese
Día de la mujer marcó un antes y un después. A partir de ahí, no nos callan.
Primero fue el #MeToo, ese movimiento espontáneo por el cual todas las mujeres
del mundo han roto silencios guardados largo tiempo. De pronto, contar y ser
escuchada se convirtió en mucho más que una quimera.
El
otro hito, posiblemente consecuencia del anterior, fueron las reacciones a raíz
de la sentencia de La Manada. Al margen de su contenido, de todo lo que se ha
publicado al respecto y de lo que queda por publicar cuando el tema termine su
periplo judicial, hay algo que no tiene marcha atrás. De pronto, las agresiones
a las mujeres son un tema que importa, que se pone en primer plano en las mesas
de negociaciones, que no queda en un caso aislado o en un suceso más o menos
reseñable. Es algo global, y requiere una respuesta global. Y, por fin, se
trata de ese modo. No es problema de una mujer, es problema de todas. Y de
todos, porque afecta a la sociedad entera.
No
acabaron ahí las repercusiones. La política también se ha impregnado de ese
tinte violeta y, por primera vez en la historia, tenemos un Consejo de
Ministros con más mujeres que hombres. Solo queda que la RAE nos permita
llamarlo Consejo de Ministras, y callar las voces que se siguen empeñando en
fijarse más en cómo van vestidas, maquilladas, peinadas o calzadas que en cómo
ejercen sus funciones y cuál es su preparación.
Otro
campo que también va impregnándose de ese tinte violeta es el del deporte,
otrora tan machista. Los logros de nuestras esforzadas atletas y los equipos femeninos
van abriéndose paso en los informativos y sus derechos van equiparándose poco a
poco a los de sus compañeros varones. Solo falta igualar sueldos, pero andando
-o corriendo- se hace camino. Y ya estamos en ello.
Aún
tenemos ahí la brecha salarial, el techo de cristal y otras muchas cosas
esperando. Ojalá el año que viene sea el que los rompa definitivamente.
Por
eso, brindemos por ese 2018 en que avanzamos para ser cada vez más iguales, y
trabajemos porque el 2019 nos acerque a la meta de la igualdad.
Feliz
año nuevo
SUSANA GISBERT
(TWITTER @gisb_sus)
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