Francisco López Porcal Cada
cierto tiempo, como si del Guadiana se tratase, surge la idea de albergar en la
capital de la luz y el color mediterráneos una pinacoteca dedicada a quien supo
plasmar esa luminosidad con toda maestría. Pero como tantos y tantos proyectos
no solo de ámbito cultural, nace, se desvanece y vuelve a surgir, para después
desaparecer.
La idea de contar con un Museo dedicado al genial pintor no es
nueva y a pesar de que no ha llegado todavía a materializarse, sigue en pie
porque quizá el inconsciente de los valencianos acusa una mezcla de
incredulidad y culpa expiatoria por esa deuda con una de sus figuras más
internacionales.
La decisión de Joaquín Sorolla de
abandonar Valencia camino de la capital de España dejaba en evidencia que su
ciudad natal era en aquellos momentos un camino a ninguna parte, condicionado
no solo por el carácter rural de una ciudad que se aproximaba ya a los
doscientos mil habitantes, sino también por una clase dirigente poco exigente y
carente de iniciativas, circunstancias a las que se unía el abandono por parte
del Estado.
Ya lo dejaría claro años más tarde Tomás Trenor cuando organizó la
Exposición Regional como punta de lanza para despertar y levantar conciencias demasiado
acomodadas y egoístas. En este sentido, no creo que cien años después hayan
cambiado demasiado estas conciencias, porque en el fondo sigue apreciándose una
falta de implicación e interés de estamentos, políticos e instituciones para
arremeter y consensuar un proyecto de estas características, sin que ello nos
permita olvidar otros enquistados en el tiempo y en la desidia, Bellas Artes,
por ejemplo.
Triste herencia la que nos queda de políticos de uno y otro lado. ¿Qué
o qué cosa les cierra el paso? La idea de crear un Museo Sorolla en Valencia debe
nacer como un ente independiente de la Casa Museo de Madrid. No se pretende
usurpar nada, sino erigirse como un Centro de Investigación y Estudios de la
obra del pintor al tiempo que mostrar ese medio centenar de obras dispersas
entre el Museo de Bellas Artes, Diputación, Instituciones y colecciones
privadas, imposibles de disfrutar hoy en todo su conjunto.
En el supuesto de
que el propósito llegara a buen término, no faltarían voces que clamarían por
la ausencia de un discurso museístico que enlazara y concediera sentido a todas
las pinturas expuestas, claro. ¿Pero acaso el Museo Thyssen de Madrid o el de
Málaga, lo tiene? ¿O son simplemente una colección de pinturas que han sido
adquiridas a través de los años?
Tambaleándose ha estado últimamente
el legado del gran amigo del pintor, Vicente Blasco Ibáñez. Dos figuras que
encarnan cualidades, potencialidades y trayectorias paralelas. Todavía parece
resonar en el Cabanyal el grito de la tía Picores, aquel personaje de Blasco que
dibujara para la novela Flor de Mayo,
vomitando injurias a las mujeres burguesas: “¡Qué viniesen allí todas las
zorras que regateaban al comprar en la Pescadería! ¿Aún les parecía caro el
pescado? ¡A duro debía costar la libra”.
Pues ese grito de la anciana del
Cabanyal late, se adivina , resuena en el óleo de Sorolla Y aun dicen que el pescado es caro custodiado en el Museo del Prado
de Madrid. Esta coincidencia no es fruto de una casualidad. La amistad entre
Blasco Ibáñez y Joaquín Sorolla permitió una curiosa colaboración artística,
pues no es difícil aventurar que Blasco describía cuadros y Sorolla pintaba
descripciones.
Mientras tanto el busto de Sorolla,
obra en bronce de Mariano Benlliure –otro artista valenciano universal jamás
potenciado en su justa medida- mira hacia la dársena, esperando que algún
edificio de la nueva Marina albergue su obra residente en la ciudad del Turia.
Y lo hace enmarcado en la antigua puerta del edificio del Banco Hispano
Americano, construido por el arquitecto Francisco Mora, aquel de la Exposición
Regional y el Mercado de Colón.
El derribo de aquella construcción frente al
Teatro Principal propició la salvación del portalón, un desahucio que sirve de
pórtico al famoso pintor, sin la excelsa columnata que lo envolvía en la playa
de la Malvarrosa y que arruinó la riada de 1957. Por cierto, de aquellas
columnas nadie conoce su paradero, nadie sabe dónde se encuentran. También le
puede pasar al proyecto del Museo Sorolla de Valencia. Al final de tanto pasar
de mano en mano, nadie sabrá algún día de su existencia.
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