Pilar Bernà. EPDA Día a día
me van aflorando varios recuerdos que tenía olvidados en un rincón
de mi memoria, unos los viví en mi niñez y muchos otros me los
contaron mis mayores, padres, tíos y abuelos, referentes a cómo
aquellas gentes emigrantes, a principios del siglo pasado, levantaron
un pueblo de la nada con sus esfuerzos y grandes sacrificios.
Estos
recuerdos tuve la ocasión de rememorarlos hace unos días, cuando
asistí a la presentación del tercer libro de Buenaventura sobre la
Historia del Puerto. Allí tuve la ocasión de escuchar a los
ponentes haciendo una descripción de las distintas etapas por las
que pasó mi Puerto, palabras que fueron tomando forma de película
en mi mente y que me hicieron soltar alguna lágrima.
Fueron años
muy duros, durísimos, tanto para los hombres como para las mujeres,
sin poder decir que unos lo sufrieran mas que los otros. Pero las que
jugaron un papel fundamental en la gestación de este logro, yo diría
que esencial, fueron las mujeres, abuelas, madres y esposas. A la
incertidumbre de emprender una aventura a lo desconocido, dejando el
calor de sus familias de origen en el pueblo, se añadieron, para
ellas, la dureza de las condiciones de precariedad y carencias
materiales en el nuevo destino.
En
un primer momento dos eran los objetivos prioritarios, encontrar
trabajo para asegurar el sustento y localizar un techo que los
cobijara con sus hijos. Para lo primero la siderúrgica cumplió, en
la mayoría de los casos, sus esperanzas, aunque por los sueldos tan
bajos que se pagaban, tuvieron que compaginarlo con otros trabajos
para cubrir el día a día y ahorrar un poco para mejorar el futuro.
En la segunda en muchos casos tuvieron que vivir de alquiler o
compartir viviendas con amigos o conocidos, hasta que trabajando como
mulas y pasando penurias, consiguieron ir ahorrando algo de dinero
para construir o comprar una casa propia.
A
todas estas penalidades se añadieron otras que tocaron de lleno a
las mujeres. En el nuevo pueblo, al principio, no existían las
necesidades básicas para vivir, no había agua corriente, ni
electricidad ni alcantarillado. El alumbrado casero lo realizaron con
velas y carbureros y el suministro de agua tuvieron que conseguirlo
en las acequias de riego o en fuentes comunales, acarreándola en
cubos hasta casa. Estas fuentes comunales provenían de pozos
excavados en tierra, cerca de los pozos ciegos de las casas, con lo
que las filtraciones de aguas insalubres llevó a numerosas
enfermedades y al aumento de la mortandad infantil, un duro golpe más
para las madres que veían cómo todas sus aspiraciones familiares de
bienestar se les venían abajo una y otra vez.
Como
caso práctico de lo que estoy contando quiero nombrar a mis abuelos
maternos. Llegaron de Málaga en el año 1921 acuciados por la
necesidad de conseguir trabajo y con ello la promesa de futuro para
ellos y para su familia. Mi abuelo, Antonio de nombre, trabajaba en
Málaga capital en la fábrica del Martinete, que era una fundición
.Esta fabrica cerró por falta de rentabilidad y a sus operarios les
ofrecieron la posibilidad de viajar al Puerto para trabajar en los
Altos Hornos del Mediterráneo, donde se requería personal
especializado. Mi abuelo, como digo, se vino con su mujer y un hijo
de cuatro años, que se llamaba Antonio como él, para emprender la
aventura de la supervivencia, sin casa, sin dinero y con los pocos
enseres que pudieron traerse. Este hijo falleció a los dos años de
instalarse debido a una infección provocada por la falta de
salubridad y medios sanitarios. Posteriormente tuvieron una hija,
llamada Carmen, que con un año otra infección se la llevó por los
mismos motivos, volviéndose a repetir de nuevo para mis abuelos el
trauma de tener que enterrar de nuevo a otro hijo. Después tuvieron
tres hijos mas, que gracias a los adelantos y mejoras de servicios
sanitarios y sociales del pueblo, consiguieron salir adelante.
Estas
líneas van dedicadas a la memoria de todas aquellas mujeres que,
como mi abuela, llegaron a estas tierras, en busca de un sueño de
bienestar y prosperidad, huyendo de las carencias de sus tierras
natales y que pagaron con creces su progreso y con ellas la de este
amado pueblo que llamamos El Puerto.
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