Amparo Sampedro. La
vida pública está alcanzando el límite que nos situaría al borde
de lo detestable.
Que
la derecha se haya instalado en el debate bronco para intentar
protagonizar el espacio institucional, es grave. Que haya prendido la
demagogia y la falta de escrúpulos en el debate público para
esconder la insolvencia de su discurso político, es alarmante.
En
España, debilitar las instituciones no es una tarea imposible porque
la cultura política, la formación política, es frágil. Si a eso
añadimos que hay quien se emplea a diario en invitarnos a desconfiar
de ellas, con palabras y con hechos, el despropósito puede no tener
marcha atrás. No hablo solamente de quienes lideran en la actualidad
el espectro conservador y ultra del arco parlamentario, que tanto
empeño están poniendo en fulminar la serenidad y la reflexión del
debate; hablo también, en este caso, de funcionarios públicos a
quienes corresponde muy especialmente defender el funcionamiento
ordenado de las instituciones, para preservarlas precisamente de los
vaivenes provocados por políticos despreciables y de sus adláteres.
De
todas las instituciones, probablemente la que encarna la Justicia sea
a la que más “verdad” le pedimos, la que más próxima
necesitamos sentir, porque la protección de nuestros derechos es lo
que nos garantiza la libertad y la convivencia: como individuos y
como miembros de la sociedad a la que pertenecemos.
Sabernos
a salvo de las agresiones que puedan infligirnos en cualquiera de los
ámbitos en los que nuestra vida se desarrolla, es un derecho
irrenunciable y, por lo tanto, una obligación incuestionable de
quienes han de velar por él.
Lo
peor del lamentable espectáculo protagonizado por el Tribunal
Supremo, no es que la banca haya ganado (que también); lo peor, lo
más doloroso, es el sentimiento de indefensión que ha recorrido
todo el país como un calambrazo, hasta dejarnos temblando.
Si
el máximo Tribunal es capaz de sentenciar una cosa y su contraria en
la misma semana, atendiendo, presuntamente, a los poderosos intereses
de la banca, ¿qué nos queda por ver? En el ámbito de la Justicia
ya ha habido actuaciones, cuanto menos sorprendentes, que han juzgado
actitudes similares o idénticas arrojando resultados diferentes.
El
sentimiento de indefensión angustia y paraliza, como el miedo.
Cuando el miedo se instala en la sociedad, sus individuos reaccionan
con agresividad. La desconfianza en quien debería protegernos puede
convertirnos en lobos solitarios. Heridos y peligrosamente humanos.
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