Pie de foto Y de repente, una sorpresa en Netflix, de esas que no tienen o, ahora lo entiendo, no
requieren promoción, porque es una pequeña joya que deslumbra entre la carpeta
de estrenos, tendencias o añadido recientemente. Me refiero a El método Kominsky; se trata, señoras y señores, porque hoy les
voy a tratar de ustedes, que es como se hablan los desconocidos, los que se
respetan, las personas mayores, vale y también en Sudamérica. Les voy a hablar
de ustedes, como digo, porque estamos ante sus satánicas majestades de la
escena: Michael Douglas, Alan Larkin…
E incluso sus secundarios: Susan
Sullivan, Danny DeVito o Ann-Margret,
entre otros.
Oigan, yo quiero envejecer como
ellos: rebeldes, histriónicos, de verbo fácil y con una senectud tan natural y evidente
como elegante.
El método Kominsky es una serie de
una temporada, y por dios, que estén rodando la segunda, de tan solo ocho
capítulos de escasa media hora cada uno, que quieren que les diga, no la vi de
una ‘sentada’ porque la próstata me lo impedía y porque, vaya, también tengo
responsabilidades y familia.
Una serie para disfrutar del
trabajo de actor, para embelesarte de unos personajes que enganchan desde la
primera escena, unos personajes que son Michael Douglas (riéndose de sí mismo) y un soberbio Alan Arkin (más puñetero que el Grinch) y solo eso ya vale,
insisto, más que un mes gratis de ‘testosterona league’ en cualquier canal de
pago.
El método Kominsky es la mejor fórmula para envejecer con dignidad,
no para reírse de la muerte, sino para enfrentarse a ella con sorna y
naturalidad.
De verdad, he disfrutado mucho de
esta serie y la he disfrutado, otra vez, como en alguna otra ocasión que les
habré contado, como padre, como marido, como hijo de padres mayores, que tienen sus ‘cosas’ de mayores, sus limitaciones, sus fragilidades… y ayuda comprobar como
la edad se cuantifica y se mide por lo físico, pero nunca se podrá hacer lo
mismo con el carácter, la esencia o el espíritu, a eso le ponemos edad cada uno
de nosotros mismos.
Una serie que muestra sin tapujos
relaciones de padres e hijos, la perspectiva del que echa una mirada atrás en
su vida y sopesa los logros y fracasos obtenidos, las rarezas que crecen más
que uno mismo, cuando uno alcanza la tercera edad. En definitiva, reflexiones
frente al abismo de dos personajes rotos, pero
tan entrañables que hacen de la amistad su mejor regalo compartido.
Disfruten del método, de Kominsky
y del placer de hacerte mayor orgulloso de tener buenos amigos.
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