María Oliver Sanz. EPDA Las primeras fallas surgieron como una fiesta popular autogestionada destinada a expresar con absoluta libertad los pensamientos de la gente común, desafiando a los poderes establecidos. Como hijas de la cultura carnavalesca de la época, las Fallas manifestaban un grito de libertad frente a los convencionalismos sociales y las élites de cada momento. Los primeros documentos de las Fallas que conservamos destacan las comisiones improvisadas de la vecindad de los barrios allá por el siglo XVII.
La llegada de la modernidad y la transformación de las fallas en un espectáculo de masas hicieron que estas trascendieran las fronteras de la ciudad y se convirtieran en un atractivo turístico. En esta transformación, parte de lo que fue el producto satírico, irreverente y comunitario fruto de la tradición popular, ha ido cambiando hacia un gran evento donde muchos buscan su trozo del pastel, políticos, empresarios, grandes marcas, etc. La extensión de estos modelos nos pone en guardia, conscientes de que ponen en riesgo la autenticidad de las fallas, su atractivo y su potencial como herramienta de expresión cultural ciudadana.
Pero la fiesta siempre sobrevive, porque lo importante de las Fallas son su gente, las personas que con su trabajo colaborativo y desinteresado, mantienen la fiesta como elemento cohesionador del vecindario de nuestros barrios, acogiendo, integrando y generando espacios de creación cultural que abarcan teatro, gastronomía, música, diseño… Esta tradición tan inscrita en nuestro ADN, que se reclama así misma diciendo “som un poble de foc” volverá un año más a criticar ácidamente a la clase política, a convertir en ninot las inquietudes de la gente: feminismo, banderas y bicicletas, inundan las fallas porque están en la actualidad de la transformación de nuestras vidas.
Aunque no todo es risa y petardos en esta fiesta, por encima destaca la implicación y la complicidad de toda la comunidad y el carácter colectivo y de encuentro. Peatonalizar el entorno de fallas y casales, ceder las calles al juego, al baile es lo contrario al modelo neoliberal de las ciudades de los años ochenta diseñadas como autopistas sin ninguna conciencia medioambiental. Las fallas son una fiesta total y la calle se recupera para la gente.
Algo que aprendí cuando tuve la suerte de ejercer de artista fallera fue precisamente esto, que la Falla es una construcción colectiva donde todo el mundo tiene la oportunidad de aportar. Sólo colaborando entre mucha gente distinta se puede construir una ciudad para todas, esta es una lección que me acompañará durante toda la vida.
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