Carlos Gil. A quienes creían haberlo visto todo una vez pasadas las elecciones del 26 de mayo, se les debe haber caído la venda de los ojos. El huracán de negociaciones que ha azotado la actualidad, especialmente en la última semana, aún estaba por alcanzar su máximo apogeo. Y no podía ser en otro momento que a pocas horas de las votaciones de investidura.
Ximo Puig adelantó las elecciones cuatro semanas, como si de eso dependiera el buen futuro de nuestra Comunitat. Le salió bien, al menos, a sus intereses personales y partidistas que eran, en definitiva, los que de verdad le interesaban. Pero, al final, ha sacado solo dos días de ventaja entre su toma de posesión y la de los alcaldes votados casi un mes después.
Desde aquel 28 de abril se venía negociando el segundo pacto del Botànic, intentando hacernos creer la dura resistencia del PSOE a pactar a cualquier precio. Eso sí, llegado el momento de la verdad, un café antes del entrar al Pleno, tuvo la culpa del segundo Botànic. ¿En serio? ¿De verdad quieren que nos creamos eso?
Que el PSOE, desde que Sánchez es Sánchez, está dispuesto a pactar con quien sea, y a pasar por lo que sea, siempre que eso le permita mantener el poder, es algo tan evidente que le resta cualquier tipo de fuerza como agente negociador. Nadie, ni en Podemos ni en Compromís, debía tener la menor duda de que Ximo Puig no iba a permitir una investidura fallida y, menos aún, que se le fuese a ocurrir forzar una repetición de elecciones pudiendo reeditar el tripartito. Eso lo sabíamos todos, y lo sabía también Podemos que, no corto con no darle apoyo a cambio de nada, ha conseguido sacarle una vicepresidencia y dos consellerías.
Pero hay que reconocerle a Ximo Puig que sus matrimonios de conveniencia son tan sólidos que aguantan con todo. Tanto es así que la nueva consellera de Transparencia está en la lista de imputados (ahora, investigados) por los llamados "zombies" de Imelsa (aquellos que cobraban un sueldo por no ir a trabajar). Una vez más, consejos vendo que para mí no tengo. Ahora resulta que la izquierda del PSOE, con el beneplácito de Mónica Oltra, se olvida de camisetas y practican, en carne propia, aquello que tanto criticaban cuando estaban en la oposición.
Eso sí, frente a esto, lo único que parece que puede resultar reprochable es que al Partido Popular se le ocurra pactar con Vox porque alguien ha decidido que sea un partido anticonstitucional visto su posicionamiento sobre las comunidades autónomas. Eso sí, que Compromís, Podemos y el propio PSOE, cuestionen la supervivencia de las diputaciones provinciales (que también están recogidas en la Constitución Española), y que son clave para el futuro de un importantísimo número de municipios en España, debemos entenderlo como una medida progresista. Supongo que igual que la idea del concejal de Compromís en Albal colgando boca abajo el cuadro del Rey.
¡Aguanta, Ximo! ¡Lo importante es seguir en el Palau! ¡Lo que hay que ver!
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