Héctor González Salió con la misma velocidad con la que había entrado.
Forzando las compuertas de acceso, como lo hizo con anterioridad, y dejándolas
medio desencajadas. Esta situación no llama en absoluto la atención en las
estaciones de Metrovalencia del casco urbano de la capital. Casi siempre existe
uno o varios pasos sacados de su lugar, desplazados. No obstante, tanta
velocidad de salida en una de las solitarias paradas de metro sorprendía.
El motivo lo descubrió al bajar por las escaleras mecánicas
y encontrarse con un control de billetes. Esta práctica, que de vez en cuando
se produce en los vagones que transitan por el área metropolitana, rara vez
ocurre en el interior de Valencia. Y menos en el propio andén. Dos operarios,
escoltados por cuatro efectivos de seguridad, iban pidiendo el correspondiente boleto
a cada pasajero que descendía por las citadas escaleras mecánicas. Junto a
ellos permanecían dos grupos de jóvenes a quienes ya habían interceptado sin
ese billete. Habían accedido forzando las puertas, sin pagar. Como el individuo
que antes huyó raudo.
Por desgracia, consiste en una práctica habitual en los
metros de muchas ciudades del mundo y que en Valencia se acentúa ante la falta
de presencia de personal en las casetas de la inmensa mayoría de estaciones y
de posterior revisión de billetes dentro de los vehículos. La consecuencia
directa constituye una pérdida de recaudación para la empresa (sí, es su
problema mientras no lo revierta, como ha ocurrido recientemente, en una subida
del precio del bono o en menos inversiones) y en una secuencia de desperfectos
en los tornos de entrada.
También transmite la sensación de abandono entre quien desembolsa
el precio del billete. Incluso de discriminación. ¿Por qué muchas personas
pagan y otras no sin que estas últimas corran el más mínimo riesgo de sanción?
A partir de ahí cada cual opta por civismo y responsabilidad o por seguir la
práctica del impago, tan contagiosa socialmente. Máxime si existe sensación de
impunidad.
En años de uso de metro, hasta esta semana no me había
topado con un control a pie de andén. ¿Quizás una primera medida de supervisión?
Si es así, pueden sumar otras muchas, como colocar personal en las casetas de
entrada de las estaciones. Y ya no únicamente para controlar, sino también para
informar. Cada día circulan cientos de extranjeros o de personas que no están
familiarizadas con el uso del metro o con la compra de billetes por máquina. Y
no tienen a quién preguntar. Del mismo modo, con plantilla transmitirían la
sensación de más protección y atención para el usuario.
De paso, Metrovalencia podría afrontar la tarea de revisar
sus ascensores. Alguno, como el de la salida de paseo de Ciudadela, lleva años
que se estropea y vuelve a funcionar hasta que definitivamente se rindió hace
meses y ya ni sube ni baja. No reacciona. Y para qué hablar de las sempiternas
goteras. O de las humedades. O de la inseguridad en estaciones más alejadas
como Safranar o Beniferri.
Metrovalencia tiene bastante margen de mejora. Desde luego,
el principal reto consiste en abarcar toda la ciudad y ampliar la cobertura del
área metropolitana. Con esa perspectiva por delante, puede empezar a cubrir sus
múltiples carencias y a humanizarse. A que el usuario compruebe que, además del
conductor de cada metro, al que ve entre penumbras, existe más personal para
atenderle, para informarle y para cuidar de las instalaciones.
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