Esta Semana Santa ha sido el culmen. Y ustedes me dirán que llevamos años y años con el lastre, pero cíclicamente se nos aparece con una profusión inusitada. Me refiero a la denominación despersonalizadora que desde la Meseta nos dedican, el tan manido Levante, para referirse a nuestro territorio, la Comunitat Valenciana. Especialmente desde los canales de Mediaset, los informativos al relatar el llenazo turístico o el soleado tiempo primaveral, nos han machacado con el término de una manera inmisericorde.
Si para Madrid somos el Levante, para las Baleares qué somos, ¿el poniente?. Un término únicamente geográfico y definido además desde la posición que ocupa la villa y corte. Y ustedes me dirán que importancia tiene el caso, además de lo anecdótico. Ese es el gran mal que nos aqueja a los valencianos como colectividad, el que todo lo relativizamos y desacralizamos. El tan malvado meninfotisme. Todo nos da igual, nada nos importa, conmueve o motiva. Eso emparejado y ligado a nuestro individualismo enfermizo, con el cual somos capaces de lo mejor como personas, pero de lo peor como sociedad. Y podemos estirar el tema con aquello de la desvertebración que nos define desde los orígenes del averno. Ya lo sentenció Lerma vencido y desarmando, los animales invertebrados también viven.
Será sintomático pero da pereza volver a sacar a pasear nuestros fantasmas identitarios, pero denota que no estamos a salvo de ellos. No los hemos solucionado como pueblo, como sociedad moderna. Meninfotisme, individualismo, desvertebración. Todo ello me viene a la cabeza cuando desde los madriles nos llaman Levante. Antes féliz, ahora frustrado. Cierto es que poco ayuda que nuestro periódico líder o que un histórico club de fútbol ostenten tal denominación. Son los peajes de la tradición que nos toca pagar. Incluso antaño se convocaban protestas y concentraciones contra el mal uso del término para referirse a nuestra tierra. Pero la adormidera que nos consume también se ha encargado de diluir estos atisbos de sana visceralidad.
Con todo, sólo es un síntoma de nuestro pecado original. La manida qüestió de noms referida a nuestro gentilicio como comunidad. La Comunitat Valenciana englobadora de alicantinos y castellonenses, los cuales es difícil que se identifiquen como valencianos formantes de un mismo territorio autonómico. Un laberinto que nuestro alargado país no encuentra su salida. Desde que fuimos Reino hasta nuestro rezumado autogobierno actual. Y sin entrar en disquisiciones lingüísticas, que sinó ya ni te digo. Cuantas trampas nos ha puesto el destino y aún así, continuamos en danza. Los ciudadanos de la Comunitat Valenciana somos así.
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