Leopoldo Bonías No suelo ver la televisión a media tarde los días laborables
pero el pasado jueves me llevé una agradable sorpresa después de cambiar varias
veces de canal hasta llegar al de
Paramount y ver la inconfundible figura de Peter Falk interpretando al teniente
Colombo con su raída gabardina y su viejo coche.
En la serie, unos de los
protagonistas principales es la esposa del policía angelino. Un personaje
secundario que en ocasiones resulta principal para el éxito del episodio de
turno y que tiene la peculiaridad de permanecer oculto.
Todo lo que sabemos de
los gustos y andanzas de la señora Colombo es a través de las descripciones que
nos relata el sagaz investigador de la Policía de Los Ángeles en sus
conversaciones con astutos criminales – generalmente de la alta sociedad – a
los que en un duelo de inteligencia que
parece desigual, acaba siempre desenmascarando mientras el telespectador
permanece frente al televisor con la sonrisa en los labios.
Acaba el episodio y vuelvo a cambiar de canal y ahora no
tengo más remedio que fruncir el ceño. Hablan de otros personajes. Ya no son de
ficción. Son reales como la vida misma y también son anónimos. Permanecen
ocultos y sólo se presentan ante la opinión pública cuando algún hecho
espeluznante hace que sus atormentadas vidas afloren a la luz.
Se trata de
ancianos, niños o discapacitados psíquicos que indefensos sufren abusos de todo
tipo. Los ancianos en residencias en las
que malviven olvidados por la sociedad “después de habernos servido bien” como
decía la canción de Serrat o incluso en sus propios domicilios en donde sólo
son un lastre. Niños a los que las administraciones públicas no protegen como
debieran como es el caso de los asesinados recientemente por sus propios padres
en Godella.
Entonces nos preguntamos, ¿pero cómo es posible que con los
informes de los que disponía la administración se hayan producido estos
hechos?. ¿A qué se debe la lentitud de las autoridades para hacerse cargo de
los niños?.
Está claro que los tiempos cambian y así no puede
pretenderse, por poner un ejemplo, solucionar todos los problemas sociales con
cuatro curas y dos porteros como se
hacía a mediados del siglo pasado en España, pero hechos como los ocurridos en
el municipio de Godella parecen exigir una profunda investigación y depuración
de responsabilidades por parte de aquellos que conociendo la situación familiar
no actuaron con la diligencia necesaria cuando por el cargo que ocupaban
debieron hacerlo. En ocasiones, la tibieza, el miedo a adoptar una decisión es
mucho más grave que una decidida intervención errónea.
Es cierto que cuesta
valorar a veces las situaciones aún disponiendo de información suficiente. Sin
embargo, las instituciones públicas están para afrontar los problemas y no
para lamentarse de no haber actuado a tiempo,
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