Río artifical entre l?Assut de l´Or y el estanque de Neptuno. /FOTO HÉCTOR GONZÁLEZ
Antigua casa de compuerta. /H.G.
Pont de San Josep. /H.G
Vista panorámica del jardín del Turia El jardín del Túria de València se ha consolidado como mucho más que en un antiguo cauce fluvial ajardinado. Con el paso de los años se ha convertido en el espacio de ocio, deporte y relajación más extenso y utilizado de la ciudad. Para describirlo necesitaría una guía de varios tomos en la que recopilar sus miles de detalles. No se trata de tanto. El objetivo de este artículo consiste en recorrerlo desde la Ciudad de las Artes y las Ciencias hasta el Bioparc. Más o menos ocho kilómetros curioseando y resaltando algunos de mis hitos favoritos.
Empezamos la ruta en la antigua Casa de Compuertas. Preciosa panorámica si te pones detrás de ella (sí, junto a los metros de matojos) y contemplas sus arcos, sus compuertas y, de fondo, el imponente Museo Príncipe Felipe. De la Ciudad de las Artes se ha escrito hasta la saciedad. En este recorrido no lo haré más. Y no por falta de belleza del monumento, sino por limitaciones de papel.
Paseo junto al apacible río artificial que empieza debajo del puente de l’Assut de l’Or (o, popularmente, jamonero) y transcurre, entre saltos de agua, por el bosque de las esculturas ‘oxidadas’ (mi preferida es la del pescador). Después se bifurca y llega a crear islotes. Aquí nunca me pierdo la obra de arte bautizada como ‘Ramas de sicomoro’, que me recuerda a una anaconda amazónica. El río termina casi dos puentes más allá, en el estanque de Neptuno con su tridente. O de Lucifer, como me decía un amigo. Al no haber cartel descriptivo, nos quedamos con la duda.
Andamos ya por el tramo XII, el de Penya-Roja/Balears. Seguimos por el inmenso estanque del Palau de la Música, las dos explanadas lúdicas que lo circundan (¡cuántas actividades sociales han acogido!), la pinada con el circuito del agua y nos plantamos en el tramo X (a la derecha en dirección al Bioparc, barri Mestalla-Aragó, y a la izquierda, América). Empiezo a disfrutar de uno de los grandes placeres de este paseo: observar los puentes históricos. En este caso, el del Mar. A su lado, el de las Flores, tan colorido por arriba como tristón por abajo.
Dejamos las bocas de estación de metro de la Alameda e inicio uno de mis tramos favoritos. Junto al kilómetro 1.7 del circuito 5K del Túria (¡qué gran legado de la Fundación Trinidad Alfonso!) emerge una pequeña construcción que me recuerda, por su reducido tamaño, a una casa de pitufos, con una fuente empotrada y desconchada. Y, muy cerca, el bosque de columnas, con los nombres ya oxidados, de las escultoras Alba Odeh y Patxa Ibarz. Como sugerencia, podrían destacar en un rótulo un poco menos diminuto sus nombres.
Y, al otro lado del circuito, ya en el kilómetro 1.8, el columnario desmontado de reminiscencias griegas. Cada piedra con un molde diferente y, en medio, lo que me he permitido la licencia de bautizar como ‘el árbol de las madrigueras’, por sus múltiples perforaciones. Y por la ardilla que suele posarse en él .Me gusta poner nombres porque no los hay. Esa ausencia te impulsa a desarrollar la fantasía.
Enseguida –insisto en que se trata de uno de mis tramos favoritos- las escaleras gemelas del siglo XV para ascender al puente de las Trinitarias, de la misma época. Una, la más cercana a Viveros, me trae a la mente la escalinata para subir a la pirámide maya de Chichén Itza, en el Yucatán mexicano. Quizás por la sensación de que te puedes caer en cualquier momento mientras estás subiendo. Un juego que me gusta practicar es el de encontrar las diferencias entre las dos escaleras del siglo XV, que, desde luego, suman más de siete. La primera diferencia: la base. Una, con los escalones iniciales arqueados; y la otra, con peldaños rectangulares.
Vamos de puentes. El próximo, el de Serranos (siglo XVI), también resulta espectacular. Justo antes de pasar por debajo me paro a mirar la panorámica, con las torres de fondo. Me gusta detenerme ante cada rótulo explicativo. En el de este puente explica que empezó a construirse el original en 1349, aunque la riada de 1517 lo destruyó.
Pasándolo, a la derecha, queda la zona de rampas para practicar patinaje y derivados, siempre transitada, como la de musculación. Y otro puente para no perderse, el de San Josep (1606), con la flamante escultura del mismo santo, aunque de confección bastante más reciente (1951). Y el campo de rugby, con un lema en grandes caracteres que lo dice todo “Atrévete a jugar al rugby”. Quien lo hace destaca el ambiente fraternal y deportivo. Por retar no quedará.
Pasarela al Botánico
¡Qué pena! Se acaban los puentes monumentales. Llega la simplemente útil pasarela que enlaza el jardín Botánico con Nuevo Centro y se ramifica el camino central. Toca elegir senda de la izquierda o de la derecha. Y otros olores, otras sensaciones, al pasar por debajo de puentes nuevos, como el de Pío XII. Aparecen las pistas de atletismo, en otros tiempos línea de meta del maratón de Valencia.
Allí, mientras miro el chiringuito colindante y su soleada terraza, me cruzo con uno de los personajes que más me suele llamar la atención. Y lo cito porque ya me he topado con él un mínimo de cuatro veces en el último año en este tramo. El ex rector de la Universitat de València (o un doble calcado suyo), Esteban Morcillo, corriendo con pantalón de pinzas, camisa y zapatillas. Como lo cuento, y siempre con ese estilo de indumentaria. Sigo a la mío, ya acostumbrado a la sorpresa. Ando por el tramo III del Jardín del Túria, por Campanar.
Ya que estamos, me meto en la zona de juegos infantiles de Natúria, con su aula del mar, de sonidos y su cascada. Cada vez que me adentro me pregunto por qué no se divulga más este espacio pedagógico.
Vaya, si ya se acaba el circuito de corredores, llega el puente Nou d’Octubre y empieza uno de esos lugares más apacibles o más transitados (depende de a qué hora y por cuál lateral lo cojas) de la capital valenciana: el Parque de Cabecera. Particularmente, prefiero llegar antes de las diez de la mañana y enfilar el camino de la acequia de Favara, por su lateral izquierdo en dirección a Mislata. Y, a partir de ahí, hacer zigzags y dejarme llevar por sus sendas, por sus vistas, por el graznido de los patos y por el aroma a césped húmedo.
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