Susana Gisbert. Cuando
iba al colegio, me hablaron en clase de Biología de los parásitos,
supongo que como a todo el mundo. A algunos, como a los piojos, los
había sufrido -¿qué niño no los ha padecido?-; a otros, como las
garrapatas, los había visto alguna vez a lomos de algún perro. Pero
nunca ví una rémora, esos pececillos que se pegan a los tiburones
tratando de chuparles la sangre, o lo que quiera que chupen.
Hace
días que me vengo acordando de esa lección, archivada en el disco
duro de la memoria, aunque ni entonces ni ahora he visto jamás a
ninguno de esos especímenes. O eso era, al menos, lo que creía.
Quien
me conoce y me sigue sabe que soy usuaria activa de las redes
sociales. Es un mundo donde he tenido grandes y pequeñas
satisfacciones y también grandes y pequeños disgustos, aunque en el
balance entre el debe y el haber me inclino por la parte positiva.
Aunque a veces cueste, y mucho.
En
ese mundo virtual, ya hace tiempo que observo el fenómeno de las
rémoras. Cuentas -no hablaré de personas por no conocer a quien o
quienes se esconden tras ellas- que utilizan el nombre o el artículo
de alguien para, aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid,
poner verde a una persona y, de paso, meter su propia doctrina y sus
propias ideas, opuestas a aquel cuya aleta han escogido para navegar
por las redes. Como, además, las redes tienen su propia dinámica,
por el juego de las notificaciones, consiguen un altavoz a base de
fagocitar a los seguidores de la cuenta parasitada, a quienes les
importa un ápice lo que aquél quiera decir -¿o debiera decir
“vomitar”?-.
Yo
no sigo a aquellas personas o cuentas cuyo contenido no me interesa.
Cuando quiero decir algo, lo digo sin necesidad de agarrarme como una
lapa a quien dice lo contrario. Trato de utilizar argumentos lo
suficientemente sólidos para no precisar un gancho donde colgarlos.
Sin embargo, en estas cosas me sorprende leer comentarios de gente
que dice que me sigue desde hace tiempo y les horroriza lo que hago.
Y entonces llega la pregunta retórica. ¿Para qué seguir a alguien
si no te gusta lo que dice, aunque a veces ni siquiera te molestes de
pasar del titular? ¿Masoquismo?
Obviamente,
no. Después de pensarlo, me acordé de la rémora de la clase de
Biología. Usa al tiburón para trasladarse de un sitio a otro a la
vez que le muerde y daña las aletas sin piedad, sin que el tiburón
pueda hacer otra cosa que seguir adelante.
En
mi vida digital me encuentro con rémoras a diario. Algunas se
limitan a dar su mordisco, pero otras van más allá y se empeñan en
exhortarme una y otra vez para que les conteste. ¿Ha dolido el
mordisco? Suele, además, ir acompañada esa exhortación con algún
insulto, que va creciendo de tono de manera proporcional a la
ignorancia a sus provocaciones. Y suelen, también, aprovechar el
silencio para culparme de los males del mundo, incluidas frases que
no he dicho o cosas que no he hecho. Debe ser cierto eso de que no
hay mejor desprecio que no hacer aprecio.
Podría
cogerme -aunque no como una lapa- a eso de “ladran luego
cabalgamos”, que jamás dijo Sancho a Don Quijote por más que crea
mucha gente. Pero prefiero quedarme con que lo que no mata te hace
más fuerte. Y por supuesto, con el axioma universal de que la
paciencia es una gran virtud. No sé que hubiera sido del Santo Job
si hubiera tenido una cuenta de twitter.
SUSANA
GISBERT
(twitter
@gisb_sus)
Comparte la noticia
Categorías de la noticia