Mari-Carmen Hernández Soy
una jubilada que vive en un segundo piso en Guillem de Castro, a la altura de
un semáforo, por lo que el humo y el ruido del tráfico siempre han estado ahí,
acompañándonos. En cuanto pudimos cerramos el balcón, como ya había hecho la
mayoría de mis vecinos, y aunque perdimos algo de sol, ganamos en silencio y
tranquilidad.
Me
alegré mucho cuando mis nietas me comentaron, durante una comida, que se iba a
hacer un carril bici y restringir el tráfico en el centro para hacer una ciudad
más amable. Hablamos de mis dolores de cabeza, de la alergia que todos
padecemos...y reímos cuando mi nieta más pequeña dijo que ya no tendríamos que
limpiar todos los días, ni reñirla por jugar y hacer la croqueta en el suelo.
Tras
soportar la obras, esperamos ilusionadas los resultados. Pero cuál fue nuestra sorpresa cuando además de no bajar ni el ruido, ni el humo, incluso han subido
en determinadas horas del día, nos encontramos con muchos más problemas de los
que antes teníamos. Mi hijo no puede aparcar y subir a saludarme, cuando viene
a recoger a las niñas porque han sustituido las plazas de aparcamiento de
coches por las de motos, y si antes era difícil aparcar, ahora es imposible.
Vino una amiga a recogerme y mientras yo bajaba, en ascensor desde un segundo,
le pusieron una multa por parar en el carril Bus. Resulta que ahora no se puede
recoger o dejar a una persona en ningún lado de la calzada de Guillem de Castro, en Valencia. ¡Me han dejado aislada!
Pero
esto no es lo peor, pese a estar el carril bici, las dichosas bicicletas siguen
circulando por la acera. El pasado invierno mi hija, al salir de su portal, fue
arrollada por una bicicleta y desplazada varios metros. Mientras me enseñaba
sus numerosos moratones comentamos preocupadas, que si en lugar de a ella me
hubiesen atropellado a mí, con mi andador, o a mi nieta de 5 años, a saber
cuales habrían sido las consecuencias.
Desde entonces, para salir a la calle mi
miedo ya empieza en el portal. Tengo que mirar a derecha e izquierda que no
venga ninguna bicicleta por la acera para llegar al semáforo. Ah, se me
olvidaba, esquivando además los patinetes que también circulan por la acera.
Una vez el semáforo se pone en verde, empiezo a cruzar.
Y cuando llego a la
altura del carril bici, tengo que pararme en medio de la calzada, para
comprobar que no viene ninguna bici, ya que éstas no respetan el semáforo en
verde de los peatones. Y a diferencia de los coches, a las bicicletas no se las
oye venir. Por fin he conseguido cruzar al otro lado de la calle sin ser
atropellada por ninguna bicicleta, patinete o monopatín. No obstante, no me
siento segura, ya que en este lado pese a estar el carril bici, no todos
circulan por él.
Antes
sólo tenía que fijarme en que el andador no tropezase ni en la acera ni en la
calzada, ahora con esta "ciudad amable", he de encomendarme a todos
los santos antes de pisar la calle.
Comparte la noticia
Categorías de la noticia