Carlos Gil. Ni
tres años han pasado desde la
constitución de la Nova Diputació, ni desde la transformación
de la antigua
Imelsa en la nueva Divalterra, por la supuesta necesidad de
limpiar la imagen
de la empresa pública. Ni tres años han pasado desde que los
partidos del
Botànic, erigidos en adalides de la moral, llegaron al
gobierno de la
Generalitat y de la Diputación de Valencia. Pero no han
necesitado más.
En
tiempo récord, PSPV y
Compromís empiezan a ver como los casos de “presunta”
corrupción saltan a su
lado de la acera. Pero ahora ya no tienen las cosas tan claras
acerca de la
manera de actuar. Ayer, a lo largo del día llegó a suscitarse
la duda de que la
intención era mantener a Jorge Rodríguez en su puesto, aunque,
con toda
seguridad, iba a pasar, cuanto menos, la noche en los
calabozos.
A
la izquierda le puede su código
ético. Hace unas semanas, dimitía el Ministro de Cultura por
no superar un
listón que su propio jefe Sánchez había puesto estando en la
oposición. Era una
lapidación injusta que una jauría había ejercido contra él.
Nada que ver con lo
que, otrora, ellos mismos clamaban contra los políticos del PP
y que, ahora, les
ha obligado a cesar a Rodríguez porque, simplemente, cumplía
con el mismo
patrón que tantas veces han exigido, corregido y aumentado,
cuando los
escándalos caían al otro lado.
Probablemente,
a Ximo Puig, ni a
Pedro Sánchez, les gustará empezar a oír que el PSOE (o el
PSPV) es un Partido
corrupto y que sus fuentes de financiación son, cuanto menos,
dignas de estudio.
Intentarán defender, sin duda, que son casos aislados que no
afectan a toda la
organización. Pero esos calificativos, los inventaron ellos y
ahora les va a
tocar oír el eco de sus declaraciones de hace no tanto tiempo.
Esta
vez tocaba oir a Ximo Puig
defendiendo la presunción de inocencia de los detenidos. Ese
mismo Ximo Puig
que nunca atendió este principio constitucional a favor de
nadie del Partido
Popular, intentó evitar lo inevitable hasta que, a última hora
de la tarde, decidió
“fulminar” a Rodríguez. No, perdón. Para fulminarlo no tendría
que haber
llegado al mediodía. A última hora de la tarde lo que pasó es
que no supieron
cómo disimular la vergüenza que suponía mantener de Presidente
a alguien que
estaba camino del Juzgado (y en coche policial).
Cuando
se dan lecciones de moral,
hay que estar dispuesto a recibirlas. Y cuando se reparten, a
diestro y
siniestro, bofetadas de moral, hay que estar preparado porque,
en cualquier
momento, pueden acabar en tu cara. Lejos de alegrarme de
ningún caso de
corrupción, ni de la detención de nadie, lo que sí que tengo
claro es que la
culpa de que oigamos lo mismo que decimos no la tiene el eco,
sino cada uno
cuando habla.
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