Susana Gisbert.
Ya
está. La cosa no tiene marcha atrás. El tiempo del partido ha terminado, y ya
estamos en tiempo de descuento. Además, el árbitro ya ha marcado la duración de
ese tiempo de descuento: poco más de dos meses. Esos son los días que nos quedan
para volver a darnos el paseo de rigor por colegios electorales papeleta en
ristre. Menos queda aún si fijamos el dia D en el inicio de la campaña
electoral. En nada veremos las fotos de rigor de candidatos y candidatas
pegando unos carteles a los que ya nadie hace caso, porque, en plena era
digital, se han quedado en un mero símbolo.
No presumiré de profeta, ni mucho menos
de socióloga, si digo que se veía venir. Una legislatura que nacía sobre unos
pilares débiles no tenía más opción que reforzar esos pilares o venirse abajo.
Y ha sido lo segundo lo que ha ocurrido.
Sin ánimo de hacer política -o no más
de la indispensable como ciudadana que soy- he de insistir en que, a pesar de
lo que muchos se empeñan en seguir sosteniendo, el ya presidente en funciones
estaba en la Moncloa con toda la legitimidad del mundo. Ni más ni menos que con
la que le confiere la Constitución, esa ley tan cortita pero tan utilizada, que
hay quien tan pronto la esgrime como santo y seña para unas cosas como olvida lo
que dice para otras. Y la moción de censura constructiva es una de ellas. Otra
cosa es el devenir del día a día legislativo tras plantearla. Que, en este
caso, sea convertido más bien en un no-devenir.
Pero aquí está la convocatoria y eso ya
es inevitable. Así que no queda otra que plantearse muy seriamente la reflexión
antes del día marcado en el calendario para ello. Tal como está el patio, un
día es bien poco para reflexionar.
Por supuesto, no voy a decir a nadie
qué tiene que votar. Ni se me pasaría por la cabeza ni puedo hacerlo. Pero sí
que, como ciudadana, me atrevo a decir a la gente que tiene que votar. O, al
menos, que tiene que pensar en ello. No va a ser fácil. En algunas Comunidades
Autónomas, como la mía, nos pillará en pleno puente festivo, con la pereza que
da desplazarse si se está de descanso o la mayor pereza aún que da anticiparse
y tramitar el voto por correo. En otras, les pillará en plena resaca de Semana
Santa, que tampoco es moco de pavo levantarse de un sofá que nos reclama a
gritos. Pero es lo que hay.
Nos jugamos mucho. Nos jugamosnuestro
futuro en los próximos cuatro años.Ni más ni mesos. Y una decisión tan importante
no pude tomarse en caliente, por un enfado momentáneo. Deberíamos pensar en
votar a alguien, y no en votar contra alguien. Incluso deberíamos plantearnos leer
los programas electorales respectivos, aunque sean un rollo patatero, y tener
esa visión de estado que tantas veces exigimos -y con razón- a la clase
política.
Ganémonos, al menos, el derecho a
protestar si no cumplen lo prometido. Y eso solo se gana metiendo el papelito
en la urna el día que toca.
Y ahora, atémonos los machos. El tiempo
de descuento será largo. Que, como dice el refrán, urnas son amores y no buenas
razones. ¿O no era así?
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