Susana Gisbert.
El pasado 15 de junio se
cumplieron 40 años de la primera vez que votamos -o mejor, que
votaron- tras cuarenta años sin poder hacerlo.
La verdad es que quienes
éramos niños -y niñas- por aquel entonces no fuimos conscientes de
la importancia del momento hasta mucho tiempo después. Vivíamos un
momento histórico sin saberlo, como vivimos otros muchos sin darnos
cuenta. O así lo viví yo a menos, por aquel entonces en que mis
principales preocupaciones estaban a años luz de la política y sus
aledaños. Había que ir al cole, aprobar, jugar a la goma, ver el
Un, Dos Tres y hasta leerse el Super Pop.
Siempre he dicho que de la
muerte de Franco lo que más recuerdo es la alegría porque nos
encontramos con unas vacaciones extra, algo esencial en la vida de
todo escolar. Y luego, que los trajes de terciopelo de las infantas
me parecían espantosos, y le dije a mi madre que nunca se le
ocurriera hacerme algo así. Pero del significado de aquello, nada.
Cuando llegó el momento de
votar, pregunté en casa si aquello era como cuando escogíamos
delegada de clase. Por supuesto, me dijeron que sí, que la
diferencia es que ahora elegiríamos los delegados de clase de
España. Y con eso me quedé. Tampoco llegué a comprender que antes
no se hiciera. Al fin y al cabo, en el cole siempre escogíamos la
delegada por votación.
Pero, con el tiempo, una es
consciente de lo que no fue en su momento. De que fuimos testigos de
un cambio esencial. Que tras cuarenta años de silencio, por fin se
podía hablar. Que tras cuarenta años de líderes impuestos, por fin
se podía elegirlos. En definitiva que, tras cuarenta años de
represión, por fin llegaba la libertad. Ahora, me imagino la
sensación de quienes sí fueran conscientes de ello, de la
importancia del sencillo gesto de introducir un sobre en una
papeleta.
Ha pasado el tiempo. Hemos
normalizado ese gesto e incluso hay mucha gente que ya no le da
ninguna importancia y hasta prescinde de ir a votar si tiene otras
cosas mejores que hacer, como ir a la playa o quedarse tumbado en el
sofá. Y luego pasa lo que pasa.
Habría que recuperar la
ilusión de ese momento. Que moverse, que opinar, que participar. Hoy
es todo más fácil, con los medios de comunicación e Internet al
alcance de un solo clic. Y tal vez ese sea el problema.
Pero quizás sería el momento
de plantearse que ese único gesto cada cuatro años se queda corto y
lejano para una ciudadanía que, por suerte, hace cuarenta años que
puede hacerlo. Aprovechemos la oportunidad de tener acceso a tantas
cosas y, sobre todo, señores políticos, aprovechen eso para
escuchar a la gente. No se conformen con tener su voto o tal vez, a
la próxima, no lo tengan.
SUSANA GISBERT
(TWITTER @gisb_sus)
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