Paz Carceller. Cuando empecé a escribir esta columna
dudaba en como calificar lo que vivimos los concejales del PP pleno
tras pleno; la línea entre lo delictivo y lo incorrecto o la mala
educación es muchas veces tan sutil que cuesta trazarla cuando se
trata de amenazas veladas, insultos e improperios varios.
Dándole
vueltas encontré la definición casi perfecta: los concejales del PP
sufrimos abuso de poder: una autoridad, en este caso el alcalde, que
tiene poder debido a su posición y utiliza ese poder en
beneficio propio, que puede ser de muchas clases, en este caso
político, con el único fin de maltratar y humillar a sus contrarios
políticos.
Quien tiene el poder debe trabajar por el pueblo y
alcanzar objetivos que ayuden a todos pero que no perjudiquen a nadie
(podrá gustar o no, pero nunca perjudicar). Quien ostenta el poder
debe hacerlo en beneficio de todos y no de uno mismo y de sus
seguidores y afines.
Cuando hablamos de corrupción siempre nos
referimos a ella en términos económicos, pero hay otra corrupción
que es quizá mucho más dura y preocupante: la corrupción
moral.
Esta corrupción se produce cuando quien ostenta la
alcaldía amenaza, dificulta y falta a la verdad con el único
objetivo de sembrar dudas y producir el descredito de sus oponentes
políticos pasando por encima de todo y de todos. Esta manera de
hacer política sin criterio y sin ética, asentada en el
resentimiento y el odio no conduce a nada bueno y a menudo dice muy
poco del que la practica.
La indefensión y la impotencia ante sus
ataques se han convertido en la tónica general de los plenos, donde
sólo él toma la palabra cuando quiere y como quiere, negándosela
al resto de concejales en un alarde de vanidad y superioridad moral
que ha saturado a muchos de nuestros vecinos hasta el punto de ser
comentario generalizado en el pueblo.
Ha traspasado todas las
líneas de la corrección política y del saber estar, entrando en
una dinámica que en nada favorece la normalidad política y que a
pesar de nuestras diferencias es lo que debería predominar.
Ha
llegado a acusarnos de cosas muy serias, sin fundamento y con el
único fin de dañar nuestra reputación; él sabe que ha faltado a
la verdad con sus falsas insinuaciones pero nunca ha pedido disculpas
por ello ni esperamos que las pida.
Hizo público un intento de
conciliación que ha quedado en nada porque quien no aguanta la
crítica política es incapaz de asumir que hay diferentes opciones,
todas respetables y que las diferencias suman si se valoran de manera
positiva.
Tiene una doble cara y sabe hacer todos los papeles y
cada acto al que acude es una mala película. Quizá quiera
tener el protagonismo como político que no tuvo antes pero quizá y
sólo quizá esto le pase factura.
El saber estar es un don
y él no lo tiene; ser un líder implica colaboración y empatía con
los suyos y con los opuestos. Liderar no es mandar y menos
cuando se hace de forma autoritaria y despótica.
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