Componentes de la tribu de los Hamer
Alberto con sus ahijados de Etiopía, Helyas y Kero Parece que el término filántropo, tan utilizado en otros tiempos entre personajes de la aristocracia o con alto poder económico, está en desuso. En la actualidad son grupos organizados, como ONGs y colectivos dedicados a la atención sanitaria y solidaria los que asumen el papel de aquellos. Pero no hay que olvidar que la RAE, responsable de proponer acuerdos sobre nuestro idioma, mantiene la definición de filántropo como la persona que se distingue por el amor a sus semejantes y por sus obras a favor de los demás, sin etiquetas ni cargos.
La denominación está desapareciendo pero todavía hay alguna persona que de forma individual y desde el silencio se encarga de poner en valor tan loables fines. Uno de ellos tiene nombre propio: es Alberto Usó. Decir que sus raíces están compartidas entre Segorbe y Castellón o que es de cualquier otra parte -que no lo es-, tan sólo tiene un valor relativo, ya que él hace buena la consideración de ciudadano del mundo con la que muchos se autocalifican sin demasiados motivos. Alberto los tiene y de sobra.
Desde los 16 años –ahora tiene 67- está recorriendo países de todos los continentes, primeramente fue con fines deportivos (espeleología, escalada…), con posterioridad por el placer de viajar, conocer el mundo… y finalmente y sin olvidar el anterior, con objetivos humanitarios. Así, ha ascendido a cimas de los Alpes, de los Andes, del Himalaya… ha recorrido los desiertos del Sahara, de Libia, del Kalahari, del Namib, de Antofagasta y Atacama… ha hecho “rafting” en el Orinoco, en el Trisuli de Nepal, ha estado en volcanes y selvas y ha convivido con los indios colorados de Ecuador, con los tuaregs de Argelia y Libia, con las mujeres jirafas de Thailandia, con los Himbas de Namibia. Con él ha viajado siempre una cámara fotográfica y algunos amigos que se iban turnando en su compañía. No se considera un aventurero por más que su vida es una constante aventura, sino un gran viajero, tan grande como su estatura y sobre todo como su corazón, con una capacidad inimaginable.
No parece correcto decir que Alberto Usó está reinventando la filantropía, pero sí que es como un navegante de tierra adentro que tiene cien puertos con personas confiando en su llegada, como el ángel de las selvas y los desiertos que aparece cuando menos se le espera y siempre cargado con todo lo que su enorme fuerza interior le permite. Recientemente ha estado en Etiopía, en el valle del Río Omo, limítrofe con Kenia y Sudán. Es la tercera vez que viaja allí, para reencontrase con sus ahijados: “en Etiopía tengo una niña Kero que ya tiene 19 años, que con el dinero que yo le mando además que estudia y saca muy buenas notas se hace cargo de 3 hermanos de los seis que ella tiene y con mi dinero pueden vivir los cuatro fuera de la choza de su aldea…… También en Etiopía tengo un niño Elyas que ya tiene 19 años, lo atropelló un vehículo y le destrozó la rodilla, ahora está estudiando en una Universidad y saca unas notas alucinantes; no tiene madre y su padre lo abandonó de muy pequeño, lo acogieron unos misioneros y comenzó con el colegio. Yo lo conocí en el año 2010 con 11 años”.
No son sus únicos ahijados. tiene otros tres en Nepal, pero sus acciones van mucho más allá: “llevo mas de 50 años visitando los países mas pobres del Mundo, siempre pienso en lo que puedo hacer por ellos, siempre encuentro alguna forma de involucrarme con ellos y dejo siempre un hilo de conexión; por eso vuelvo repetidamente a algunos de los muchos países que he visitado”.
Pero lo curioso del caso es que Alberto sólo habla castellano y valenciano, “yo no hablo ningún idioma de ellos ni siquiera inglés, pero me entiendo muy bien con mímica. Me da excelentes resultados. Siempre llevo una pelota roja que me pongo en la nariz y ella es la introducción a una cordial comunicación”.
En el último viaje a Etiopía llevaba 45 kilos a cuestas “les llevé cosas que necesitaban, ordenadores, ropa, gafas de sol, medicinas (casi todos ellos tienen Malaria) pastillas para la diarrea; colirios para los ojos; Betadine para las heridas etc, y sobre todo dinero para su subsistencia y continuar sus estudios”. Y regresó con la ropa puesta y su inseparable Nikon D700 con la que ha conseguido imágenes inimaginables, de lugares, de celebraciones y, sobre todo, de personas, con las que realiza exposiciones, dando a conocer los ritos y costumbres de toda esta gente que esta cambiando a pasos agigantados “a peor”, con la finalidad de recaudar fondos para llevar a los lugares donde las captó.
En su mochila siempre lleva algunos trucos de magia, para, en última instancia, hacer sonreír. Antes sólo le besaban, ahora, cuando Alberto va a Etiopía, le abrazan.
Alberto Usó. Un día de mercado.
“En este último viaje me enteré que la tribu de los Hammer habían sufrido dos años de fuertes sequías y el sorgo y el mijo resultaban prácticamente inalcanzables. Yo conocía a Botolo, una mujer excepcional a cuyo cargo tiene unas 20 personas y aprovechando un día de mercado en Turmi, nos fuimos a comprar. Botolo comenzó sus regateos y al rato me dijo que un saco de sorgo de 100 kg valía 900 birrs, una fortuna para ella, pero para mi ¡sólo 30 €! Le dije que comprara los que quisiera. Me miró soprendida y yo le dije que adelante. Comenzó el recorrido por el mercado, a señas nos entendiamos bien. Finalmente, sorgo, maíz, mijo y otras cantidades de café, aceite, miel y comida variada, garrafas para agua... sumaban 550 kilos. Con ello tenía para seis meses de comida para las 20 personas a su cargo. Botolo me abrazaba y besaba pintándome de rojo toda la cara”.
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