Sería una obviedad decir que, en invierno, puede nevar si no llevásemos toda la semana escuchando en los informativos las consecuencias del monumental caos que se organizó el pasado sábado en la A-6. España ha demostrado, en repetidas ocasiones, que no es un país acostumbrado a grandes nevadas y, a cada ocasión que tenemos, nos encontramos con colapsos, especialmente en materia de tráfico, como consecuencia de cualquier temporal que supere un umbral mínimo de crudeza.
Excepto para aquellos que aguantaron hasta veinte horas encerrados en sus coches, el problema no es tanto la nevada sino la necesidad de encontrar culpables en vez de centrarnos en mejorar los protocolos de prevención y atención a estas situaciones. Nos gusta dedicarnos a esa actividad tan poco productiva de decidir, más en función del interés de cada uno que de la estricta realidad, quien es el responsable de cada situación.
Considero que, desde el momento que los meteorólogos anuncian una borrasca, de esas que ahora llevan nombre propio, deja de existir la posibilidad de encontrar un culpable único. La concesionaria debería cerrar la autopista si no dispone de los medios necesarios para garantizar la seguridad del tráfico. La Dirección General de Tráfico debería regular los itinerarios alternativos no bloqueados por la nieve. Y los usuarios de la vía deberían prever que estas situaciones pueden producirse y evitar los viajes, en la medida de lo posible, o utilizar itinerarios que presentasen una mejor situación. Sin duda, previsión y actuación puntual hubiesen evitado que este episodio se produjera.
Pero un caso extremo, para el que no soy capaz de imaginar suficientes calificativos, es el de quienes se les ocurrió, en pleno temporal, subir al Angliru en playeras y, después, quejarse de la respuesta que se les dio desde los servicios de emergencia al reclamar una asistencia que no podía llegar donde ellos se encontraban. Aquí tampoco creo que sea necesario perder mucho tiempo buscando culpables. Hay que ser muy irresponsable para ponerse en peligro a cambio de nada, pero más aún para pretender que otros lo hagan para acudir al rescate cuando no hay un riesgo vital en una situación que se produce, exclusivamente, por voluntad propia.
Vivimos en un país de resbalones, pero patinar siempre con la misma nieve es un ejercicio de necedad que deberíamos hacernos mirar. Si cada uno asume sus responsabilidades, y las concesionarias entienden que las concesiones lo son en lo bueno y en lo malo, el Gobierno mantiene su actividadin vigilandoante el pronóstico de un temporal y los ciudadanos asumimos nuestra parte de responsabilidad en la prevención de este tipo de emergencias es probable que situaciones como esta no vuelvan a producirse. Pero, a buen seguro, el próximo temporal nos pillará aun buscando culpables de este y conseguiremos, en contra de cualquier lógica, que la historia vuelva a repetirse. ¡Al tiempo!
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