No podría aparecer esta Edición en mejor fecha, en el Día grande de Llíria. Una jornada en la que volvemos nuestra mirada hacia esa atalaya del Camp de Túria, el Real Monasterio de San Miguel, desde el que todos los años baja esa imagen venerada del Arcángel San Miguel.
El otoño inicia su andadura en medio de la mayor tempestad política que ha sufrido nuestra democracia, junto al 23F. Las sociedades actuales, deben asumir el coste de esa complejidad que las caracteriza, para armonizar espacios de convivencia que permitan seguir perfeccionando ese modelo que recoge perfectamente el art 1 de nuestra Constitución: “España se constituye en un Estado social y democrático de Derecho, que propugna como valores superiores de su ordenamiento jurídico la libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo político”.
Frente al órdago secesionista, perfectamente diseñado desde los laboratorios sociales, el Estado de Derecho ha puesto en su sitio a cada cual. Porque frente al derecho a la fuerza de aquellos que desafían no solo al Gobierno y a la unidad nacional, sino a la Ley y a la misma Democracia, está la fuerza del Derecho. El Secretario General del Grupo Parlamentario Popular, Bermúdez de Castro, lo expresaba magníficamente desde la tribuna del Congreso: “la democracia nace con la libertad pero vive con la Ley y, por eso, la Ley es siempre un instrumento de libertad, porque la Ley a todos iguala, a todos ampara y a todos obliga”.
Estamos asistiendo a la culminación de un proceso intoxicado desde el principio. Intoxicado desde la tergiversación de una historia que se busca reescribir para justificar ese despropósito político. Intoxicado por el efecto pertinaz de una estrategia comunicativa perfectamente diseñada. Una lluvia fina que ha ido calando en una sociedad rehén de unas élites que llevan decenios anteponiendo la defensa de su statu quo, de sus privilegios, frente al interés general.
Una entelequia jurídica, económica, social, y cultural que la izquierda valenciana ha perseguido desde siempre, en esta su zona de influencia. Rehenes de sus propias carencias, han tenido y tienen que pagar el peaje de años de sumisión a sus socios de la otra orilla del Sènia. Una dependencia cultural, económica y política bien pertrechada por las huestes nacionalistas. Porque en la misma legitimidad de la defensa de cualquier opción, incluso la secesionista, está la esencia de la democracia. Pero siempre desde el respeto al marco de convivencia que todos, repito todos, nos hemos dado. Porque las Leyes se pueden cambiar, faltaría más. Pero a través del método democrático, de la Ley a la Ley. No desde la imposición, ni desde el chantaje.
“Las leyes no son una imposición arbitraria de un poder ajeno a la gente. Son el instrumento que nos hemos dado para convivir en libertad y para administrar nuestras discrepancias de manera pacífica y justa”, así lo expresaba el Presidente del Gobierno en su impecable Declaración Institucional del pasado 20S. “Porque votar solo es sinónimo de democracia cuando se hace de acuerdo con la Ley y con respeto a los derechos de todos. No se puede votar para incumplir la Ley; se vota para cambiarla por métodos lícitos”. Se podría haber dicho más alto, pero no más claro.
Sigamos construyendo entre todos, una sociedad cosmopolita que nos permita avanzar, perfeccionar e interiorizar, ese modelo de convivencia que la tolerancia, el respeto y la altura de miras logró en el 78, desde la defensa de la legalidad, de la unidad de España en toda su pluralidad y el orden constitucional.
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