Juan Vicente Pérez.
El tiempo pasa de
forma inexorable y las citas electorales que han de marcar nuestro devenir
político en los próximos años se acercan con el paso de los días. El Partido
Popular ha conseguido llegar hasta aquí, de forma inexplicable para los ingenieros
sociales de la Izquierda, tras sobrevivir al acoso sin precedentes de una
Oposición cuyo único proyecto es tirar al PP.
Cuando en el año 49
antes de Jesucristo, César llegó a orillas del Rubicón, después de unos
momentos de reflexión acerca del peligro que entrañaba franquear dicho río, se
decidió a vadearlo, diciendo: Alea jacta est (La suerte está echada). En
nuestro contexto, la famosa expresión significa dar un paso hacia una empresa
sin poder dar ya vuelta atrás. La estrategia, sin precedentes, de acoso y derribo
al Partido Popular ha fracasado en su intento por impedir que llegara a este
punto, antesala de la confrontación electoral, todavía en el Gobierno, no sólo
de España, sino también en el de aquellas Comunidades consideradas prioritarias
para el cálculo electoral de la Izquierda: Madrid y Valencia.
Que el Partido
Popular se ha dejado jirones en este infructuoso período es incuestionable.
Pero el reto de sacar a España del desastre económico y social propiciado por
las Políticas trasnochadas de la Izquierda valía la pena. Cuando el FMI, la
Institución con un marcado sesgo izquierdista en sus formas y contenidos,
admite sus errores de apreciación ante el nuevo “milagro” español, indica que
algo se mueve en la buena dirección. El Partido Popular lo está volviendo a
hacer. En 1996 con Aznar y ahora con Rajoy. Y no sólo el FMI, toda la OCDE
reconoce el acierto en la aplicación de las políticas reformistas del gobierno
popular, puesto de ejemplo para todos.
Que España está
liderando el crecimiento en Europa ya no lo cuestiona nadie. Francia e Italia,
los referentes de la izquierda están aplicando ahora las medidas que sus
correligionarios hispanos tanto han criticado aquí, tras el fracaso de las fórmulas
que les han llevado a la recesión.
En ese escenario,
estamos asistiendo a una continua ceremonia de la confusión que trata de
lastrar toda la acción de gobierno, tanto aquí en nuestra tierra como en el
gobierno de España. Cualquier acción, medida, decisión es cuestionada por un
ejército mediático que añora una Arcadia socialista, regida por el Socialismo
del Siglo XXI, el mejor exponente del populismo bolivariano.
Aun así, el
nerviosismo se nota en las filas de una Oposición desnortada, que sin programa,
ni propuestas, sin anclaje ideológico, lo han fiado todo a una excesiva y
teatralizada judicialización de la vida pública, en un todo vale para lograr su
único objetivo: tirar al PP. El sesgo totalitario, la intolerancia y el
pensamiento único empiezan a aflorar tras su curtida capa de demagogia.
Los mismos que
afrentaron a Montesquieu, que aplauden regímenes totalitarios, que callan ante
sus excesos en ese juego de doble moral tan propio, buscan relativizar a una
sociedad y envolverla en el caos para poder así subvertir nuestro sistema democrático
en favor de sus propios intereses partidarios, ya que ellos y solo ellos
encarnan una supuesta legitimidad y superioridad moral, en una clara añoranza
de ese nacional-socialismo que su propia ideología alimentó.
El paso del Rubicón
del PP, aun tocado seriamente por el desánimo en sus propias filas, es toda
una advertencia a una Izquierda que no se cansa de repetir que la partida ha
acabado. Que ha llegado el cambio de ciclo, que la unión de todas las fuerzas
hermanas socialistas han logrado derribar al Leviatán Popular, en un último
intento por evitar que la gesta de César se repita. Alea jacta est.
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