Mientras
en tierra saguntina, para pedir un poco más de corazón a quienes se
iban de vacaciones y dejaban a su perro en una cuneta, desempolvaban
cada año la imagen tierna del chucho con la leyenda de "Él no
lo haría", contaba el diario estadounidense Newsweek que
los animales domésticos iban a tener en este siglo una vida
estupenda.
Los americanos hacen negocio así: inventándose el futuro
para que nos lo creamos y lo hagamos realidad a su dictado. No
faltaría quien al leer la noticia acariciara a su chucho y lo
felicitara por el siglo feliz que tendrían los suyos en América.
Pero con mi perro, natural del Camp de Morvedre, donde SOS
Animales de Sagunto se entrega a ellos de modo tan generoso, lo
habrían tenido duro los industriales de Filadelfia: Lucas prefería
la tortilla española o la paella a otros alimentos en serie. Y yo le
conté todo esto con la convicción total de que dentro de su
pelambrera abundante había una personita de mucho fiar que me
observaba atenta a través de sus ojos juguetones.
A veces le contaba
yo lo bueno o lo malo que leía en los periódicos y él me tendía
la pata en señal de curiosidad, como pidiendo más. Otras veces me
abandonaba tan pronto empezaba yo a leerle una crónica absurda y se
iba a una alfombra de otra habitación. Pero en sus reacciones, como
en la de tantos perros de Les Valls, acogidos en SOS Animales de
Sagunto, percibí siempre comprensión. Por más que algunos
veían en esta costumbre mía de hablar con mi perro un modo de
someterlo a mi monólogo personal, sin temor a que pudiera
replicarme. Pero el perro contesta a su manera, con un dulce ladrido
o moviendo el culillo, según se tercie. Pero contesta. No me gustaba
que me respondiera por él su veterinaria o la mismísima presidenta
de una sociedad protectora, que las tenemos, y además listas y
entregadas, como en el mismísimo territorio de SOS Animales de
Sagunto, todo un espacio a proteger para la vida de nuestros
perros, donde el sacrificio por ellos y la generosidad pueden sufrir
la burocracia. Pero que Dios nos libre de los salvajes burócratas
que donde quieren poner orden acaban por poner dolor cuando no
irracionalidad profunda. Y cuando hablaba de esto oí que Lucas
ladraba molesto y llamaba a alguien gilipuertas. Pero no era a mí:
Lucas no se enfadaba nunca con su jefe. O con su padre, que es por lo
que me tenía.
Poseía además buena memoria dentro de lo que cabe,
porque me acabo de enterar de que los perros tienen la memoria de un
niño de tres años, muy superior a veces a la de algunos adultos.
Así que ahora, que con tanta frecuencia se pierde la memoria, y a
veces de un modo bobo, no está de más tener un perro al lado que te
la busque o que te la guarde. Los hay muy dispuestos a eso en los
recintos en los que SOS Animales de Sagunto los acoge y,
aunque allí lo pasen bien y se sientan cuidados, seguro que pueden
estar dispuestos a echar una pata a los que han perdido la cabeza o
buscan que la pierdan los perrillos. Porque los perros son tan
sufridos como generosos y ojalá puedan contar con la generosidad de
los saguntinos y de los de las tierras próximas de nuestra comarca.
Y, por supuesto, con el sentido común que falla en algunas
organizaciones públicas. Ya cuentan con la entrega de quienes en
nuestros campos sostienen con verdadero amor espacios para ellos. Y
con verdadera entrega ponen amor donde otros ponen miseria. Yo creo
que el perro es, entre otras cosas, todo un símbolo de la
generosidad. Lo que no sé es si la generosidad se consigue cuando el
sentido común falla. Dejad que los perros ladren. Lo dijo Antonio
Buero Vallejo en uno de sus títulos. Y por algo lo dijo. Lo que no
sé es si ladran lo suficiente a quienes puedan querer acabar con
ellos y tienen un ladrido salvaje.
Comparte la noticia