Susana Gibert.
Ya están aquí otra vez. Las Navidades, con toda su explosión de
colores –o mejor dicho, de color- en escaparates y calles. El rojo
del traje de Papá Noel, el verde de los árboles adornados, y oro,
mucho oro por todas partes. Y el blanco de la nieve, allá donde
tengan la suerte –o la desgracia, según se mire- de tenerla. Pero
¿cuál o cuáles son los colores de la Navidad?.
Es conocido que el color rojo de Papá Noel y, por extensión, de los
adornos de estas fechas, proviene de un anuncio de Coca-Cola, que
quiso cambiar el atuendo de Santa Claus por los colores
característicos de su marca. Y la cosa fraguó y desde hace mucho,
mucho tiempo, Papá Noel viste los colores de la refrescante bebida
como propios. Así que, llegado el mes de diciembre, todo se forra de
este color que, se supone, da un plus de alegría y calidez. Con la
excepción, por supuesto, de algunos diseñadores que quieren vestir
la Navidad de vanguardia, que siempre los hay.
Pero no para todos la Navidad es de colores brillantes. Para algunos,
estas fiestas son grises, tanto como el resto del año, pero quizás
aún más plomizo. Porque gris es la sensación de estar sin trabajo
-por más que quienes manden pretendan decir que estamos fenomenal-
de no llegar a fin de mes, de no tener paga extra porque no se tiene
paga alguna, de no saber de dónde van a sacar para que sus hijos no
sientan que Papá Noel, o los Reyes Magos, o quien sea, les quieren
menos que a los otros niños, por bien que se porten.
Para otros la Navidad es negra. Porque negra se vuelve una fiesta
supuestamente familiar cuando uno no tiene familia con quién
celebrarlo, o cuando acaba de perder a uno de sus miembros. Y se
quedan mirando la silla vacía, ese terrible hueco que se instala en
muchas mesas y nos hace acordarnos de los que ya no están, mientras
nos obligamos a fingir una alegría que no sentimos.
Y, si miramos la televisión, la navidad es también azul y rosa. Los
colores con los que siguen tiñendo los anuncios televisivos según
el juguete se dirija a niños o niñas, recordándonos que pese a lo
que creemos, la igualdad de hombres y mujeres está todavía a años
luz de conseguirse.
También hay para quien la Navidad no tiene color ninguno. Aquéllos
que se resisten a celebrarla porque nada significa para ellos, que
cierran los ojos ante iluminaciones y adornos, que se tapan los oídos
para evitar que los villancicos les trepanen el cerebro, que pasan de
largo ante los escaparates, que se niegan a llenar sus estómagos de
turrones y cava y apagan la tele cuando los programadores se empeñan
en atiborrarnos de almibaradas películas o maratones supuestamente
solidarios.
Pero quizá sería bueno recuperar el verdadero color de la Navidad.
El que tenía el atuendo de Santa Claus antes de que los intereses
publicitarios lo obligaran a pasar por el tinte. El verde de la
esperanza. Y que, al menos una vez al año, nos creamos eso de que
las cosas pueden mejorar. Porque todo es posible en Navidad. ¿O no?
Comparte la noticia
Categorías de la noticia