Pedro y Pablo. Pablo y Pedro. Pedro Sánchez y Pablo Iglesias. Pedro Picapiedra y Pablo Mármol. Con esto del tuteo y la falta de decoro elevada a la máxima expresión del postureo de la nueva mala política, pues nos estamos desayunando con esto de la liturgia de los pactos. Así, en directo, a golpe de twitter y mensajito... que te llamo y no me coges, que te devuelvo la llamada, que vale te llamo luego, que venga cuelga tú, no cuelga tú antes... Y así hasta la saciedad. En vez de sublimar la transparencia parece que rozamos el ridículo. Una cursilada, vaya.
Al tema. Por hacerles a ustedes, amables lectores, un sencillo croquis que les facilite la comprensión en el proceloso mundo del pactismo patrio. Pablo se planta y anuncia a todos -antes que al propio interesado- las reglas del cortejo para consumar la coalición: para mí la vicepresidencia y todos los ministerios para ejercer el poder del estado (defensa, televisión, justicia, territorios... los temas sociales mejor para otros, venga). Pedro se hace el sorprendido y sonríe forzado. Dientes, dientes... La familia Picapiedra rama socialdemócrata, toda la parentela de Pedro, próxima y lejana, actual y antigua, se revuelve ante el descaro propuesto. Que no son formas, hombre.
Que si toda la caterva de tíos políticos de Pedro, cada cual desde su atalaya autonómica, le recrimina el feo padecido y le insta a cambiar de pareja de baile. Que si su pérfida madrina sureña le dicta que de eso, nanai. Que si su abuelo cebolleta venido de Suresnes le aconseja que mejor otra alforja para ese viaje. A la espera de sentarse todos a la mesa del Comité Federal, y tal saga política extensa y mal avenida, se estiren de los pelos y se pongan verdes para que al final salga impertérrito el susodicho cabeza de familia y nos diga que todo va bien. Que diga lo que quiera Felipe, Guerra (Sagunto no se cierra), Rubalcaba, Susana Díaz, Eduardo Madina, Fernández Vara, García Page... Que yo haré lo que me salga...
Pero que no nos mareen más, eso sí. Que la endiablada aritmética parlamentaria es muy sencilla. Pedro quiere pactar con Pablo, pero no suma suficiente. Por tanto tendría que contar con la aquiescencia de sus inquilinos catalanes, que suman 17 votos, para que le dejaran gobernar. Pero toda su familia, la próxima y la lejana, la actual y la antigua, le censura que se valga de los ruines inquilinos catalanes para auparse con la Presidencia. Todos los parientes prefieren que cambie de pareja, y que cuente con Albert, bien parecido y dispuesto como él. Incluso modernos y laicos que son, no condenan un trío bien montado. Un ménage à trois imposible, ya que el último en llegar, el Albert éste, es más pudoroso y recatado, y dice que con Pablo no va ni a la vuelta de la esquina... Así que, vuelta a empezar el rondó. Un fatídico juego de las sillas dónde veremos quién se queda compuesto y sin novio.
Comparte la noticia
Categorías de la noticia