Susana Gisbert. Leíamos
en esta semana una noticia referida a padres, madres y niñas que se
habían unido para reivindicar que las niñas no fueran obligadas a
llevar falda en el uniforme escolar. Que pudieran vestir, como sus
congéneres varones, pantalón, mucho más cómodo y práctico para
una criatura de esa edad. Una de ellas, de tan solo ocho años, había
dado la cara y se había plantado. Y seguro que muchas más. Incluso
diría que muchos. O al menos eso me gustaría pensar.
Entiendo
perfectamente a esas niñas. Cuando yo era niña, en el colegio de
monjas al que fui, como muchas otras de mi generación, llevábamos
uniforme con falda. Tableada y de pata de gallo para más señas. De
hecho, aún conservo cierto rechazo a todo lo que lleve estampado de
pata de gallo por la saturación que tuve en mi infancia y
adolescencia.
La
falda era incómoda, se enganchaba con la comba o la goma de saltar,
se nos levantaba si corríamos o jugábamos a la pelota, y ni que
decir tiene si lo hacíamos a pídola o churro va -cuando no
lo prohibían-. Y, como tuvieras la desgracia de caerte, se te veían
las bragas y podías ser objeto de mofa y befa para el resto del
curso. Un verdadero engorro, aunque no nos planteáramos mucho más.
Entonces las cosas eran así, aunque estaban empezando a dar pasos
para cambiar.
Pero
ahora las niñas van con los niños a la escuela -por suerte y salvo
excepciones- y tienen que encontrarse con el agravio comparativo de
que sus compañeros varones lleven pantalón y ellas falda, de que se
las discrimine en su modo de vestir desde la más tierna infancia, y
de que ellos tengan la ventaja y ellas la desventaja. Si a ello
unimos que en cuanto las hormonas empiezan a descontrolarse la cosa
tiende a empeorar, la conclusión es evidente. No sé cómo alguien
no ha movido esto antes.
Y ojo,
no es que a mí no me gusten las faldas. Me gustan y mucho. Y también
me gustaban de niña, aunque me hubiera gustado ir a clase con un
atuendo que me resultara más cómodo que mi falda tableada de patita
de gallo. No obstante he de reconocer que en el que fue mi colegio me
consta que desde hace mucho se les permite a las niñas el uso de
pantalón de uniforme. Y más me vale aclararlo, no me vaya a decir
alguna cuatro cosas, en este caso con razón.
Deberían
emplearse uniformes no sexistas, como los de la mayoría de
guarderías que usan uniforme, que llevan un chándal más o menos
tuneado. Y que las niñas pudieran elegir llevar falda o no llevarla
fuera de su horario escolar. Al igual que los niños, claro, que
también deberían ponerse lo que quisieran, por más que la falda no
haya cuajado más allá del saragüell de nuestro traje
regional y de algún cantante que en su día tratara de ponerla de
moda. Hace un flaco favor a la educación en igualdad a la que
aspiramos todas las personas que desde pequeños nos estigmaticen por
razón de sexo con un modelo de uniforme diferente y mucho menos
cómodo además. Como vestir a los niños de azul y a las niñas de
rosa, y tantas otras cosas que vemos a diario.
Y más
allá subyace otra cuestión, la de si debería ser obligatorio el
uniforme. Pero eso, como diría una buena amiga, es otra historia.
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