Rafa Escrig.
Mentir
es un verbo que tiene muy mala prensa. Todo el mundo dice que hemos
de huir de la mentira, sin embargo todos mentimos en mayor o menor
grado. Todos mentimos desde que el mundo es mundo y nunca ha pasado
nada por ello, salvo algunas anécdotas recogidas por la vox
populi influidas por la moral. No digo yo que se tenga que mentir
por decreto, sino que mentir se miente, lo queramos o no, y así ha
sido siempre. Se puede mentir de manera inocente o a conciencia, a
veces tendrá consecuencias y a veces no.
La
mentira está considerada como un tabú, una prohibición que tiene
sus orígenes en las primeras sociedades. Todas las prohibiciones,
nacen de la necesidad de reglamentar la convivencia, por ejemplo, el
pueblo judío entre sus 613 preceptos contenidos en la Torá figura
el de no mentir, que es el octavo mandamiento de las famosas tablas
de Moisés. En esas supuestas tablas está recogida, en forma de
preceptos o mandatos, una especie de protolegislación que servirá
de punto de partida para las futuras leyes que permitan una
convivencia reglada de todos los ciudadanos. Y esto es así porque,
de lo contrario, la sociedad cae en el caos y en su desintegración.
Hasta ahí estaremos todos de acuerdo: cuando se crean esas primeras
ciudades o estados, cuando los pueblos han de vivir en sociedad,
todos sus miembros deben respetar las instituciones y las leyes que
se han dado, quien cae en el delito de infringir esas leyes, se las
ha de ver con la justicia y, por ende, con la autoridad del estado
que impondrá su poder.
En
el plano individual, se recurre a la mentira como mecanismo de
defensa, para ocultar alguna cosa con determinada intención o como
una patología incontrolable. Dichas actitudes son humanas y por
tanto, comprensibles. El problema de la mentira, aunque también
hemos llegado a ver como algo natural, es cuando procede de los
estamentos más altos de la sociedad; cuando proviene de los
políticos, de los gobiernos, de la prensa, del poder económico o
del poder religioso. Esa mentira que manipula a la opinión pública,
la mentira que instaura verdades a fuerza de ser repetida, la mentira
que juega con nuestros sentimientos, todas esas mentiras, ya no
tienen nada de mecanismo de defensa, todo lo contrario, son un
verdadero ataque a nuestra libertad y a nuestra inteligencia. Pero
también esas mentiras están entre nosotros desde que el mundo es
mundo. Deberemos pensar que son una característica más de nuestra
humana personalidad, igual que tantas otras, ni mala ni buena,
simplemente algo que está ahí, como los instintos, el genio, o como
el mal humor.
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