Conforme va uno observando el devenir de los acontecimientos en este
país todavía llamado España, se hace más palpable la sensación de haber
amortizado hace ya tiempo la ilusión que pudieron haber generado esos
dos partidos políticos que llegaron para regenerar la política en
España. Y por contra, nos recorre el cuerpo un cosquilleo que pone los
pelos de punta al verificar el pavor que van dando cada día con más
claridad. La conclusión es clara y la receta sencilla, dedicarse a leer
libros y no análisis periodísticos de uno y otro lado.
Dejando al margen la clamorosa decadencia que la gente de Podemos se
autoimpone a si mismo con esfuerzos ímprobos por convertirse en la
guadaña de los españoles, la situación de Ciudadanos no se queda muy
atrás. Es otro tipo de decadencia, mucho más clásica, exenta del insulto
y la pedrada, pero más peligrosa en el fondo que en la forma. No
tardaremos mucho en señalar a Puigdemont como el verdadero culpable de
los males de España, pero no por la que ha liado en Cataluña, sino
porque gracias a eso, indirectamente y muy a su pesar, ha aupado a los
altares de las encuestas a un grupo de políticos que cambian más de
opinión que cualquiera de nosotros de calzoncillos. Pero así somos la
mayoría de los españoles.
En una sola tarde recopilo la imagen de una Inés Arrimadas vestida de
no sé cuántas marcas para la portada de la revista Vogue, a su jefe de
filas Albert Rivera haciendo una pirueta de premio en Nobel en el
Congreso de los Diputados para justificar su vuelta de tuerca, y a todos
los naranjas a la vez uniendo los votos con los chicos de Pablo
Iglesias y Pedro Sánchez cuando de dinero trata el tema. Ustedes también
saben todo esto que yo les cuento, otra cosa bien distinta es que no lo
quieran ver y se viva más feliz en los mundos de Yupi.
Inés Arrimadas, una mujer cuyo único logro hasta el momento no ha
sido otro que el de enarbolar con gallardía la defensa de la unidad de
España en una autonomía donde se estaba poniendo en cuestión, está hoy
rentabilizando como nadie ese mensaje que en nada ha cambiado la
situación de Cataluña, pero que ha servido para aupar a los altares a
todo su partido, pasando en dos meses de tener una intención de voto del
13 al 26%. Hoy esa mujer, que no se ha atrevido a presentar su
candidatura para gobernar la comunidad donde ganó las elecciones, es
foco de atención mediática más que nadie en este país. Así somos los
españoles. Subimos y bajamos a nuestros héroes con una velocidad que da
vértigo.
Albert Rivera, un chico fotogénico y resultón, con el récord mundial
de tocarse cuellos y mangas de camisa más veces por minuto que nadie se
haya conocido, se subió hace unos días al pulpito del Congreso para
darnos a todos una lección de lo que había que hacer con la Prisión
Permanente Revisable, cuando fueron los votos de sus diputados los que
metieron esa Ley en el lío en el que se encuentra, absteniéndose cuando
el PSOE presentó un recurso para que se derogara. Pirueta circense que
en el país de la desmemoria sube puntos, cuando en justa lógica, debería
desterrar al peligroso político que actúa de esa manera.
Y para cerrar el trío de sinsentidos que suman puntos en este país de
locos, los chicos de Albert Rivera, que han sido incapaces de apoyar
una sola actuación con sentido común en los casi dos años que llevamos
de legislatura, no tienen el más mínimo empaque en subirse al tren de la
pasta y apoyar junto a socialistas y podemitas, que la Constitución
blinde la financiación de los partidos. Cuando se trata de dinero para
la casa de uno, todos amigos.
Esto es lo que hay queridos españoles. No creo que nadie esté en
contra de que los partidos políticos tengan una justa y transparente
financiación al objeto de que se cierren las tentaciones corruptas. Es
más, ni siquiera he entrado nunca en la clásica demagogia sobre los
sueldos de los políticos, que en muchos casos son demasiado bajos para
la responsabilidad que conllevan, pero de ahí a que tres partidos
políticos que fueron incapaces hace ahora dos años de ponerse de acuerdo
para gobernar este país, abocándolo a unas nuevas elecciones, no tengan
ahora la más mínima duda para ponerse de acuerdo en que su financiación
interna se blinde a costa de nuestros impuestos, me parece,
sencillamente, surrealista.
Pero tal y como se lo vengo diciendo en casi todas mis opiniones,
aquí los culpables somos todos. Los españoles somos muy dados a resolver
todos los problemas sentados en el sillón de casa o hincando el codo en
la barra del bar, pero huimos como gacelas despavoridas cuando alguien
nos propone que participemos de un proyecto político que intente cambiar
de verdad a toda esta casta de vividores y aprovechados del sistema.
Dentro de catorce meses, vuelven ustedes a votarlos.