Rafael Escrig. Acabamos de dejar atrás uno de los momentos del año más
complicado, puede que el peor, las Navidades, claro. No quisiera
parecer un aguafiestas pero hay que reconocer que hemos dejado atrás
dos meses largos en los que el obstinado “espíritu navideño” ha
inundado nuestras vidas hasta casi ahogarnos. Se trata de una
operación cuidadosamente concebida. La televisión con sus mensajes
prepara el camino para la invasión. Es evidente que el plan está
trazado con el mismo método y sistema operativo que un ataque
militar. No me extrañaría nada que asesores militares intervinieran
en él. De lo que estoy convencido es que todos los ministerios se
coaligan para la buena marcha del plan. ¿Que cuál es el plan?
Obviamente anonadarnos, encandilarnos con cantos de sirena para que
gastemos mucho más de lo necesario.
No crean ustedes que estoy en contra del consumismo, al contrario,
soy totalmente partidario de esa fórmula capitalista que nos
mantiene a todos peleando por conseguir algo más de lo que tenemos,
aunque no nos haga falta. De hecho, y dentro de mis posibilidades, me
considero un buen consumidor y me gusta. ¿Alienado por el sistema?,
puede que todos lo estemos de una u otra manera, pero pienso que con
esa política es como crecen las sociedades y por ende, nosotros
mismos. Bien, estábamos en que la televisión preparaba el terreno,
después llegaba la decoración en calles y comercios.
Nos bombardean con anuncios, lucecitas, figuritas, villancicos,
arbolitos… ¡qué pesadez! Al mismo tiempo, nos colocan bien
visibles todos los productos que hemos de comprar: juguetes,
turrones, teléfonos inteligentes, smartboxs, todo para todas las
edades y todos los gustos, para que nadie se quede fuera y, por
supuesto, el consabido marisco y el consabido cava. Si no es esto una
invasión, díganme ustedes lo que es. Claro que una invasión
consentida a base de cloroformo publicitario. Pero no se acaban ahí
las cosas.
No nos olvidemos de la lotería con toda su parafernalia y tampoco
olvidemos los mensajes de los políticos que, como buenos comandantes
de tropa, nos arengan con sus filípicas edulcoradas. No olvidemos
tampoco las felicitaciones personales, los besos, los saludos, los
wasaps, y las consabidas postales de Unicef. ¡Por Dios, cuándo se
acabará todo esto! Pues ya. Ya se ha acabado. Por fin las fuerzas
vencedoras se han retirado con el botín. ¿Qué quienes son los
vencedores? Ese es un asunto interesantísimo que daría para mucho
más que un artículo de cuatrocientas cincuenta palabras. ¿Qué
cuál es el botín? Eso si que es evidente. Pero ahora estamos en la
Postnavidad, unas fechas que, gracias a Dios, a nadie se le ha
ocurrido celebrar aun y cuando eso ocurra será el fin de nuestra
civilización. Solo es tiempo de repasar los deseos incumplidos,
mirarnos la cartera y apechugar hasta el próximo ataque.
Comparte la noticia
Categorías de la noticia