Jaime García.
La propaganda se
ofrece acicalada en tonos agradables, amagando su fondo amargo y falso. No podemos
imaginar de lo que es capaz una mente trabajada por una propaganda sistemática.
La propaganda aumenta nuestra curiosidad, factor muy importante en nuestra
vida y base del progreso humano. Desde que nacimos deseamos conocer todo
aquello que sucede a nuestro alrededor. La curiosidad es una fuerza positiva.
Ha forjado mitos y leyendas. La leyenda griega nos dice que la curiosidad de
Pandora, que quiso conocer qué escondía la caja entregada por los Dioses y que
le habían prohibido abrir, fué la causa de todos los males.
La propaganda
acrecienta nuestra curiosidad. Ningún ser humano es ajeno a ella, pues siempre
nos ofrece un mundo hermoso. Sería absurdo pensar que una propaganda haga una
lectura ordinaria de la realidad. La propaganda golpea con fuerza nuestra
imaginación y reactiva nuestros sentimientos. Recordemos lo sucedido en la
Alemania de Hitler. Desde antes de 1933, los medios informativos ofrecían hasta
la saciedad propagandas contra el pueblo judío, presentándole como responsable
de la situación de Alemania. Ellos, se decía, fueron la causa de la I Guerra
Mundial y del humillante Tratado de Versalles. Todo era falso, pero la
propaganda repetía y proclamaba a los cuatro vientos que los judíos eran los
auténticos responsables de la situación. De esta propaganda repetida nació el
odio al pueblo judío, raza que había que exterminar. Göbbels movió los hilos de
esta propaganda en los medios informativo, convencido que la prensa y la radio
influirían en el cerebro, en el inconsciente, en la inteligencia y en la
imaginación de los alemanes. Fritz Hippler, por orden suya, elaboró el documento
cinematográfico de “El judío errante”, que exhibió a los judíos como ratas
infiltradas que había que exterminar. Los alemanes consideraron como un deber
patriótico acabar con todos los que llevaran en sus venas sangre judía. Sin
esta propaganda jamás se explicaría el terrible y horroroso holocausto judío.
Göbbels decía: “Una mentira, repetida mil veces, se convierte en una verdad”.
Otro caso
espeluznante, fruto de la propaganda, se ofrece en la guerra Japón-China de
1940. La propaganda japonesa repetía día a día que los chinos eran una raza
inferior y les llamaban “cerdos”. Matar a un chino era hacer un gran servicio
al Emperador.
Esta falsa
propaganda condujo a la muerte a 20 millones de chinos. Les ataban a un árbol,
los reclutas japoneses cargaban sus bayonetas contra ellos y les ensartaban.
Entraban en los pueblos y asesinaban a todos sus habitantes, excepto a las
mujeres jóvenes que violaban en grupos de 20 y el último violador fusilaba a la
muchacha.
La propaganda jugó
un papel muy importante en el marxismo. En largos y sudorosos discursos se
dijo a los trabajadores que ellos dominarían el futuro. La dictadura del
proletariado les ofrecería un gran bienestar social. Ustedes saben muy bien
que tan bella y prometedora propaganda condujo a los Gulags, purgas, campos de
concentración y muerte.
Hoy la propaganda es
un gran medio político. Es el pan nuestro de cada día. Los políticos prometen
y prometen, echando mano a lo habido y por haber. Estamos cerca de las elecciones.
La propaganda ya se ha puesto el traje de fiesta. Hay que ver como se atacan
unos a otros. Ciertos partidos dicen: ¡a mí que me registren! Sacan las banderas
de las propagandas, ven la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio. Las
televisiones, la prensa, los tertulianos… disparan a placer. Cada cual cuenta
los hechos según le conviene.
La propaganda,
astutamente ofrecida, enloquece a un pueblo, le llena de ilusión, pisotea el
sembrado y ofrece ansiosa lo que en el fondo todos deseamos. Tiene un gran
poder de engaño. Puede convertir lo negro en blanco y lo blanco en negro. Lo
hemos visto en Alemania, en Rusia, en Japón, justificando los regímenes más
sanguinarios. Ella logró que un cabo austriaco histérico, como Hitler,
lograra movilizar y engañar al culto pueblo alemán, que llegó a justificar los
más horrendos crímenes de nuestra historia.
Estos días resuena
en España las campanas de la propaganda. Los políticos ofrecen por doquier
remediar la situación de España, eliminar la corrupción, el paro… Y en sus discursos
se arremeten unos contra otros por ofrecer lo mejor y más deseado por el
pueblo. Hoy más que nunca los españoles debemos pensar seriamente en la
posibilidad de las ofertas que nos hacen los políticos.
Recordad que en la
Caverna de Platón todos creían que la autentica realidad eran las sombras en
las que vivían. Pero un día alguien salió de esa caverna y contempló otra
realidad, llena de luz y de belleza. Fué entonces cuando comprendió el inmenso
error y el gran engaño.
La propaganda nunca
configura la realidad, más bien nos induce a la ilusión y al engaño. Pensemos
seriamente en lo que se nos dice y cada cual, en conciencia, decida lo que más
le conviene.
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