Albert Oliver. Oscar Wilde decía “La pura y simple
verdad es pocas veces pura y nunca simple”.
Vivimos en una sociedad que no
dispone de tiempo para pararse y pensar. La cantidad de
estímulos que recibimos a diario es aplastante. Si a
ello le sumamos el exceso de información que nos
bombardea a cada minuto hace de la comprensión de un
tema puntual un trabajo árduo y complicado.
Los grandes medios de comunicación
que monopolizan el caudal de información que nos llega a
cada minuto determinan, mediante su “agenda setting”,
los
asuntos que poseen interés informativo y la importancia
que se les debe dar.
Series, telediarios, películas,
prensa (tambíen local), “expertos” tertulianos, redes
sociales (¡ay internet, la herramienta que nos haría
libres!), etc., modelan nuestra forma de pensar. La
mayoría de las veces de manera subliminal y en otras
quitándose directamente la careta y mostrando quién hay
detrás de cada producto que consumimos.
En todos los canales de información
hay un elemento común que adereza el contenido: los
anuncios. Recordemos que cualquier medio para subsistir
necesita de ingresos de patrocinadores que, obviamente,
no van a meter dinero en productos que vayan en su
contra.
Como la verdad es gris y admite
matices, no hay nada mejor que seguir una fórmula
sencilla y complicada a la vez para informarse sobre un
tema específico: apagar la TV y leerse un libro.
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