Carlos Gil. Otra
vez el debate político centra su polémica en el Código Penal
y en la limitación
de las penas para casos de especial gravedad. Hay delitos
que, por sus
características especiales, deben ser tratados de forma
especial y deben ser
castigados con penas que, no solo sirvan de castigo al
condenado, sino que,
sobre todo, garanticen la imposibilidad de que reincida tras
pasar unos cuantos
años entre rejas. El sistema penitenciario español pretende,
y me gusta que así
sea, la reinserción social del condenado, pero debe
garantizar, por encima de
todo, la seguridad de los ciudadanos ante individuos que han
demostrado su
capacidad para causar tanto dolor.
No
recuerdo ningún caso en que se haya abierto este debate en
que alguien
no haya defendido la postura de que no se puede legislar en
caliente. No sé si
es contraproducente o no, pero sí que he comprobado que la
realidad nos lleva a
estar siempre “en caliente” porque este tipo de hechos se
repiten con muchísima
más frecuencia de la que sería deseable.
Tenemos
muy reciente el caso de Diana Quer, secuestrada y asesinada
al
regreso, a la madrugada, de las fiestas del pueblo donde
veraneaba. ¿No eran
horas de ir ella sola por la calle? ¿Por qué? ¿Porque un
loco sin escrúpulos
decidió que iba a ser la última noche de su vida? Y si el
problema eran las
horas, ¿tampoco lo era la primera hora de la tarde cuando
Mari Luz Cortés salió
a comprar golosinas y nunca volvió? ¿Y tampoco eran horas la
tarde en que Marta
del Castillo fue a casa de su “amigo” y nunca se ha sabido
dónde está su cadáver?
¿Y no eran horas cuando los dos pequeños de Córdoba se
fueron a pasar el fin de
semana con su padre y acabaron quemados en una hoguera como
venganza hacia su
madre? Con sujetos capaces de cometer este tipo de actos, no
puede haber medias
tintas. Difícilmente puedo llegar a pensar que vayan a ser
capaces de alcanzar
nunca los parámetros necesarios para una reinserción social
pero, si así fuese,
nadie está hablando aquí de cadenas perpetuas y el adjetivo
de revisable,
permitiría esa reinserción en condiciones de no poner en
riesgo a toda la sociedad.
Las
políticas de igualdad, tan en boga desde que actores y
actrices
decidieron abrir sus abanicos rojos, están muy bien, pero
antes, o al mismo
tiempo, debemos cuidar la seguridad y la libertad para que
cualquier mujer o cualquier
menor pueda salir a la calle cuando quiera y por donde
quiera sin miedo a que
ningún depravado pueda hacerle daño. Buscar excusas en la
culpabilidad o la
falta de precaución de la mujer es buscar una excusa de una
sociedad que
prefiere lamerse las heridas que prevenirlas. Y mientras
sigamos anteponiendo
los derechos de los condenados por encima de los de sus
víctimas, continuaremos
teniendo que legislar “en caliente”.
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