Susana Gisbert.
Circula
de vez en cuando por las redes sociales un mensaje que,
reivindicando una generación, habla de la costumbre de dar los
buenos días, despedirse o dar las gracias. Lo que se llama buena
educación, vaya. Y lo hace como si ésta fuera patrimonio de una
generación, la mía, y de unos tiempos concretos, ésos en que las
personas se hablaban cara a cara y no a través de la pantalla de
cualquier dispositivo electrónico. Dando pábulo a eso de “cualquier
tiempo pasado fue mejor”, que yo no comparto demasiado.
Coincido
totalmente en que no hay mejor manera de empezar el día que con un
amable “buenos días” acompañado, a ser posible, de una
sonrisa. Pero no hace falta que ese deseo se exprese cara a cara. Por
suerte, los medios a nuestro alcance nos permiten recibir esos
mensajes aunque quien nos lo envíe esté a miles de kilómetros.
Y eso es fabuloso.
Porque,
si es estupendo recibir un saludo de una persona, más lo es todavía
recibirlo de varias. Tanto es así, que yo me he vuelto buendíadicta,
y ya no concibo empezar la jornada sin echar un vistazo al móvil o
la tablet, y darme un buen chute de buen rollito mañanero. Ese
“feliz día mundo” con tintes mafaldistas, el mensaje de ánimo
para empezar el día o la semana acompañado de una imagen acorde, el
café virtual al que me invitan desde el otro lado de la pantalla,
la canción elegida para elevar la moral y cualquier frase escogida
para ello se han convertido en parte de mi rutina diaria, tan
necesario como el desayuno o echar un vistazo a la prensa. Y tampoco
cojo la cama a gusto sin despedirme ni ser despedida en los
mismo términos amables, ni estoy dispuesta a renunciar a ello.
El
siglo XXI me ha regalado muchos amigos que sin las actuales
tecnologías no existirían, y son un precioso regalo. Y también me
ha devuelto a otros, ésos a los que perdimos la pista y
hemos reencontrado redes sociales mediante. Y el truco del almendruco
no es otro que combinar la buena educación de toda la vida con
las posibilidades tecnológicas actuales.
Por
eso, no me gusta renegar de los tiempos modernos como si no hubieran
traído otra cosa que desencanto y desapego. El progreso no es
otra cosa que adaptarse a aquello de bueno que tiene los nuevos
tiempos sin prescindir de aquello que ya traíamos en la mochila. Y,
como he dicho, no voy a renunciar a ello, aunque espere el momento de
poder desvirtualizar a más de uno de estos amigos, o de dar un
achuchón a los que ya conozco en persona. Así que muchas gracias a
todos por estar ahí. No me faltéis nunca.
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