En
estos momentos en los que los nuevos ayuntamientos hace apenas poco más de mes y medio que se han
constituido y en los que en la mayoría de los casos hacía lustros que gobernaba
el mismo partido se está produciendo un efecto muy curioso consistente en la
evolución de las relaciones entre los fijos (los funcionarios) y los interinos
(los políticos).
Y es que resulta lógico
que en ayuntamientos en los que hacía veinte o veinticuatro años el partido
hegemónico obtenía mayorías absolutas o al menos suficientes para gobernar con
holgura ahora estén en la oposición, y
que los que siempre habían sido los que estaban “dando por saco” (permítanme la
expresión para clarificar la idea con menos palabras) sean ahora quienes dan
las directrices políticas es lógico que
generen ciertas tensiones, miedos y recelos mutuos.
La
experiencia en muchos años asesorando a ayuntamientos de todos los colores y
haber participado como observador en cambios de este tipo me ha demostrado que
es un proceso de acomodación que se produce rápidamente. Viene a ser aquello de
que “hablando se entiende la gente” o “el roce engendra cariño” no sé, una de
las dos. Me contaban que en un Ayuntamiento el nuevo Alcalde y el equipo de
gobierno tuvieron que entrar a las dependencias más solos que la una.
Que no
hubo ningún funcionario, ni siquiera el Secretario General, que los recibiera.
Sin embargo, pasadas las horas empezaron a construirse puentes de entendimiento
entre los nuevos responsables y los funcionarios. Y es que, en realidad, los
unos y los otros están condenados a entenderse. Y si no es así, siempre hay
soluciones alternativas.
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