Susana Gisbert. Cuando era pequeña, solía ver el muro de enfrente de mi casa una
pintada impresa que decía “Carteles no. Responsable empresa
anunciadora”. La ciudad entera estaba llena de esas leyendas
impresas en paredes vacías. Y yo la verdad no entendía otra cosa
que no fuera que como a alguien se le ocurriera pintar algo en esa
pared le iba a caer la del pulpo. Lo que tampoco era raro. Veníamos
de un régimen en el que el riesgo de que te cayera la del pulpo por
escribir o decir cualquier cosa estaba a la orden del día.
Afortunadamente, ya hace mucho que superamos esa época. O casi, que
siempre queda algo. Pero aquella frase estampada en los muros me
acude todas las mañanas a la cabeza. Exactamente, en el momento en
que me dispongo a coger mi coche, aparcado en la calle, y me
encuentro las dichosas tarjetitas. Enganchadas a la goma de la
ventanilla o sujetas del limpiaparabrisas, sus colores rutilantes me
afectan la vista y me amargan la mañana. Y hasta el resto del día,
si le doy más vueltas, o si no las ví y anduve con ellas a cuestas
todo el trayecto.
Imagino que el avezado lector sabrá a qué me refiero. Es más, a
buen seguro que más de uno y de una se identifica conmigo. Porque no
hago alusión a otra cosa que a las tarjetas de propaganda de
prostíbulos –llámenlos club, bares o como quieran- que anuncian
eso que se ha dado en llamar la profesión más antigua del mundo,
ilustrado, cómo no, con una fotografía en colorines de una
jovencita en una pose que no deja ningún resquicio a la duda.
Quizá estén pensando que peco de pacata, beata o puritana. O que me
ha dado un aire que me ha cambiado las ideas. Pero no. No es
puritanismo. Ni siquiera un exagerado sentido de la estética. Es
repugnancia. Tal cual y sin paños calientes. No a las pobres chicas
que tiene que sufrir que las expongan como si fueran carne humana
sino a todos los que lo organizan, lo permiten o lo potencian.
Incluso a quienes cierran los ojos ante ello. Repugnancia a los que
se valen de la necesidad de estas mujeres, y también repugnancia a
quienes acuden a ello para lograr un placer para mí inexplicable, y
repugnancia también a una sociedad que mira de reojo y gira la
cabeza.
La profesión más antigua del mundo, desde luego. Pero no la
prostitución, sino la esclavitud. Que de eso se trata y no de otra
cosa.
¿Les gustaría ver en su coche carteles coloreados de niños
trabajando, de venta de drogas o de dónde contratar obreros sin
papeles? ¿Y por qué de esto sí, cuando el proxenetismo es tan
delictivo como la venta de estupefacientes?. No me gusta que exista
pero mucho menos que lo pongan en mi coche, o en cualquier otro, como
si se tratara de comercio.
Así que me gustaría volver a ese texto que veía en mi infancia y
hace responder a la empresa anunciadora. Y, de paso al cliente.
Porque sin ellos no existiría.
Y para aquellos que piensen que se trata tan solo de un trabajo, que
reflexionen. ¿Se lo recomendarían a sus hijas como una de sus
posibles salidas laborales? Pues eso.
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