Información útil.
Desde que el hombre es hombre siempre se ha planteado
interrogantes acerca de su cuerpo y sus transformaciones.
El profundizar en aquello que
llamamos enfermedad, nos ha permitido alcanzar un conocimiento cada vez mayor
acerca de su cuerpo y de cuál es la sustancia que lo compone. Este está
constituido por átomos, moléculas y ocupa un cierto lugar en el espacio, se
interpone al paso de la luz, etc, etc.
Estas características son todas ellas
las que más se han estudiado, por la medicina. Casi todo nuestro interés en el
estudio de las enfermedades, proviene de
llegar a entender y tratar de solucionar algo que está en el núcleo de toda
enfermedad y que es el sufrimiento. El cual va dejando sus huellas durante el
proceso del enfermar.
Pero también tenemos que considerar
que todo este andamiaje esta “animado”, se mueve, se comunica con sus
semejantes, vive en una sociedad que el mismo construye, cuenta sus padeceres. Siente
cosas y va edificando una historia, una historia que es su vida y que además y
fundamentalmente posee un sentido que podemos llegar a comprender
cuando estudiamos y vemos todos los elementos del proceso que llamamos vida.
Resumiendo podemos decir que la
enfermedad, como aquella parte material que modifica su forma y también su función, constituye
lo que llamamos “un síntoma orgánico”.
Y
que aquello que ocasiona una molestia, que produce sufrimiento, es algo
psicológico, ya que se puede comunicar y además produce cambios en quien está
junto al enfermo, también se desarrollan sentimientos, constituye además un acontecimiento
social. Este acontecimiento social constituye a su vez una historia. La muy
apretada historia de la enfermedad. Podríamos decir que, para los asirios, ésta
era fundamentalmente un pecado y para acercarnos a ella lo hacían desplegando
el arte de la adivinación porque el supuesto pecado permanecía oculto para
aquel que la padece.
Para los griegos era una alteración
de la materia natural producto de unas partículas que denominaban miasmas, partículas
malas que debían eliminarse a través de la “catarsis”.
Con el advenimiento de Galeno, se
vuelve a encontrar el pecador en aquel que sufre la enfermedad pero así como
para los asirios el enfermo era un pecador para los griegos el pecador era un
enfermo. Con el cristianismo hay una transformación importante, donde existe un
dios que castiga y lo hace por
intermedio de la enfermedad y que tiene un sentido. Y es Dios quien pone a
prueba a su creación y además ofrece la posibilidad de acceder al cielo.
La ciencia va avanzando y se llega a
una nueva concepción de la enfermedad. El sentido de la enfermedades volcado hacia la religión y
casi ni se le adjudica importancia. La causa primera pasa a ser el motivo más
importante para la investigación.
O sea que si para los asirios, la
adivinación del pecado fue la forma de tratamiento, para los griegos la
expulsión mediante la catarsis de las partículas malas, para los cristianos la comunión con
Dios. Para el pensamiento occidental es el descubrimiento de la causa y luego
una lucha desenfrenada contra ella, en un combate que justamente se realiza en
el ser humano que padece la enfermedad, mientras este no es más que un
espectador pasivo de la batalla.
Llegamos así a nuestra época, donde Sigmund Freud retoma el sentido, desde
otro ángulo y pasa a considerar la enfermedad como un lenguaje. El Hombre como
sujeto y como ser social volvió a ser tenido en cuenta.
La enfermedad hoy día no puede ser
considerada como un accidente que se presenta de repente desde el exterior y se
instala en el camino de una vida.
Creemos con firmeza que el hombre
enfermo lleva oculta en su cuerpo una historia que por serle insoportable se ve
obligado a “esconder” también, de sí mismo. Tratar de recuperar esa historia y
traerla al presente desde su destierro, tiene una importancia fundamental al
lado de los agentes físicos, químicos, virales, etc.
Interpretar el significado del relato
que cada enfermedad oculta, influye decisivamente en su evolución, impide que
una vez curada se produzca la aparición de otros trastornos que vendrían a ocupar su lugar.
Profesor Dr. Pérez Espósito (tel. 622.629.736)
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