Raúl Castillo. Desde
hace algunos años, impulsados por el auge de las redes sociales,
venimos conviviendo digitalmente con una nueva especie “humana”
de la peor calaña, los “haters”, en español,
“odiadores”.
Son
usuarios de redes sociales, foros de debate, blogs, etc. y
básicamente se dedican a negativizar cualquier actuación u opinión,
sobretodo, de personas públicas. Son incapaces de ver el lado
positivo de las cosas, critican, insultan y agreden dialécticamente
desde su posición de cuasi anonimato.
Hay
otra característica que les es propia, la sensación de impunidad.
Escriben y dicen lo que les viene en gana, sin plantearse las
consecuencias jurídicas derivadas de los perjuicios emocionales o el
daño que le pueden causar al destinatario del mensaje o incluso a
una colectividad de personas. Y lo hacen porque no sienten empatía,
porque sienten que la verdad es suya y de nadie más, que si
discrepas o no compartes su opinión, mereces el peor de los
destinos.
Curiosamente,
hay un perfil específico de personas, que coinciden de manera
idéntica con estas características, y no son otros que los
psicópatas. Las personas con rasgos psicopáticos, no sienten culpa,
ni empatía, pero racionalmente son capaces de discernir lo que está
bien y mal.
Hace
pocos días, una usuaria de las redes sociales llamada Rosa María
Miras, escribió lo siguiente en una red social, dirigido a nuestra
compañera de partido y líder de la oposición en Cataluña, Inés
Arrimadas: «Escuchando a Arrimadas en el debate de T5 sólo puedo
desearle que cuando salga esta noche la violen en grupo, porque no
merece otra cosa semejante perra asquerosa».
Estas
palabras abominables, en las que una mujer pide que otra sea violada
en grupo, no solo han hecho visible el problema ante el que nos
encontramos, sino que ha sido el detonante para que seamos
conscientes de que, una vez más, la sociedad está evolucionando
mucho más rápido que nuestro Estado de Derecho. Tenemos que buscar
la forma de hacer llegar el mensaje claro y rotundo a estos
odiadores, de que no vamos a permitirles seguir sintiéndose impunes,
que cada vez que insulten, agredan o manifiesten su sentimiento de
odio contra una o varias personas, su conducta será perseguida y
castigada, y que no vale todo con el simple hecho de ocultarse tras
un perfil o pseudónimo virtual. Estas conductas pueden y deber de
ser perseguidas y condenadas, no podemos seguir mirando hacia otro
lado mientras el monstruo cada vez es mayor.
Seguramente
nunca podremos evitar que los odiadores dejen de odiar, está en su
naturaleza, pero yo sí soy capaz de verle el lado positivo a las
cosas. Los afectados, sí podemos evitar que su patología les afecte
a otras personas, siendo valientes, denunciando, como ha hecho Inés
y mostrándoles cuál es su destino si no inhiben su impulso
enfermizo, que no es otro que los juzgados.
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