Acabamos de
asistir, desde nuestro sofá o desde la calle, a lo que empezó
llamándose “Día del Orgullo Gay” y que cada vez va ampliándose
más. Ya no es un día, sino una semana al menos, y tampoco es solo
gay, sino LGTBI, para tratar de dar cabida a todas las variadas
reaidades que se esconden tras ese eufemismo de “diversidad”.
Por suerte,
en este país no hay que esconderse, aunque todavía quede mucho por
andar para ser realmente cada vez más iguaes. Pero, según leía
estos días, la mitad de países del mundo todavía consideran
delictivo el hecho de ser diferente, a la hora de escoger a quien
amar, de lo que el estereotipo considera “normal”.
Hay quien
ha considerado estas celebraciones como excesivas, como algo
mercantilizado que ha perdido su verdadera esencia, incluso como algo
innecesario. Y creo que se equivocan. Se puede no compartir la forma,
el modo o la estética. Pero no se puede dejar de compartir el fondo,
que no es otro que visiblizar una realidad que durante el resto del
año permanece en un rincón, y solo sale cuando ocurren
circunstancias extremas, como las lamentables y repugnantes
agresiones homófobas.
He oído
más de una vez argumentos que cuestionan la celebración y, en
particular, el término “orgullo”, con la salida facilona de
decir que por qué no celebramos el “orgullo heterosexual” o
cosas parecidas. Pero, precisamente, quienes dan tales argumentos
están dando en sí mismos la respuesta. Precisamente por eso, porque
todavía hay quien se niega a comprender que para eso existen el
resto de días del año. Que no hay que luchar por que se reconozcan
derechos a las personas heterosexuales porque siempre los hemos
tenido, y no hay que pelear porque se deje de castigar nuestra
orientación sexual porque nunca se ha castigado. Tal cual.
Pero aun en
los afortunados entornos en que, como en nuestro caso, la ley
reconoce esos derechos que en muchos otros lugares todavía hurta,
queda camino. Todavía escuchamos chistes homófobos, todavía se
utilizan como insulto palabras referentes a la orientación sexual,
todavía existen burlas por el aspecto, todavía se hacen corrillos y
cuchicheos cuando se conoce que determinada persona es homosexual.
Aun no he
escuchado un chascarrillo donde el objeto de burla sea la
heterosexualidad, ni que nadie advierta a un niño o niña de que no
realice determinadas actividades porque va a parecer heterosexual.
Sin embrago, aun escucho a adultos diciendo a niños que no hagan
ballet o jueguen con muñecas porque les tomarán por maricas, o a
niñas que no jueguen a algunos deportes porque parecerían
marimachos. Con una enorme carga de negatividad, porque se está
transmitiendo precisamente que es algo tan malo que por nada del
mundo conviene que se sepa.
Por suerte,
hoy no es un problema tan grave como antaño salir del armario. Pero
todavía queda que la que salga del armario sea la sociedad, tomando
como normal lo que es normal, aunque no sea habitual.
Hasta
entonces, seguirán siendo necesarias este tipo de celebraciones. Y
hacerlo con orgullo. Porque hay que estar orgulloso de seguir
avanzando para ser #CadaVezMasIguales.
SUSANA
GISBERT
(TWITTER
@gisb_sus)
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