Susana Gisbert. Lo
reconozco. Si la naturaleza decidió adornarme de alguna virtud, cosa
que ignoro, ésa no fue desde luego la facultad de orientarme. Soy
capaz de perderme en los sitios más insospechados, aunque haya ido
mil veces y para el común de los mortales “no tengan pérdida”
Por eso,
cuando apareció ese invento del navegador, GPS, o lo que haga las
veces de ello, pensé que se abría el cielo ante mí. Por fin podría
llegar a los sitios sin dar un rodeo por otra provincia y sin sacar
la cabeza por la ventanilla tropemil veces para preguntar cómo se va
a Valencia.
Pero,
después de bastante tiempo de implantados estos chismes, me doy
cuenta que muchas veces son un espejismo. Que las personas torpes
como yo seguiremos dando mil rodeos porque las cosas no son tan
fáciles como parecen. Mi gozo en un pozo, vaya.
Hagan la
prueba. Una progama cuidadosamente su destino y en cuanto empieza la
voz metálica a dar indicaciones, ya está el lío armado. “Diríjase
hacia el noroeste” “Luego, pase la glorieta y dirijase hacia el
sureste” ¿Perdona? ¿Tengo que tener listos mi brújula y mi
sextante como Cristóbal Colón rumbo a las Indias? Porque si yo
supiera donde está el Noroeste, no necesitaría el cachivache ése.
Me orientaría con el sol y las estrellas y llegaría en un decir
Jesús.
Pero no es
el caso. Confieso que no tengo ni repajolera idea de dónde está el
Norte. Es más, no es que lo haya perdido, es que nunca lo tuve. Y
así no llegamos a ningún sitio.
¿Es tan
difícil que quien programa esas instrucciones entienda que no
podemos usar una brújula? Porque es verdad que podría hacer acopio
de esos instrumentos, pero veo muy poco práctico tener que parar el
coche para saber donde están los puntos cardinales. Para eso, saco
un plano de los de toda la vida o, como toda la vida también,
pregunto a cualquier viandante. Y estamos en la misma.
Esos
cachivaches serían mucho más útiles si me dijeran cosas tan obvias
como que siguiera recto, hacia la derecha o la izquierda, hacia
arriba o hacia abajo, delante o detrás. Como hacía Coco en Barrio
Sésamo, que tampoco es tan difícil. Y también sería muy útil que
nos advirtiera cuando, como suele ocurrirme, me he equivocado porque
no encuentro el noroeste, el suroeste o lo que quiera que me esté
mandando.
Igual la
voz es muy sensible y está enfadada con los improperios con que la
obsequio cada vez que me manda por el dichoso noroeste. Prometo que
trataré de moderarme, pero por favor, cambien esas instrucciones.
Mientras
tanto, no me queda otra que seguir sacando la cabeza por la
ventanilla e incordiar al primero que pase. Si es cualquiera de
ustedes, no se les ocurra nombrarme el noroeste. Por si las moscas.
SUSANA
GISBERT
(TWITTER
@gisb_sus)
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