Este sitio web utiliza cookies, además de servir para obtener datos estadísticos de la navegación de sus
usuarios y mejorar su experiencia de como usuario. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su
uso.
Puedes cambiar la configuración u obtener más información en nuestra política de cookies pulsando aquí.
Es
justo preguntarse por qué las religiones de culto, las Iglesias, sólo declaran
santos a fieles pertenecientes a su creencia, cuando en todo el mundo ha habido
y hay personas que hicieron y hacen mucho bien de forma altruista, sin buscar
prestigio ni poder, que se esfuerzan en practicar en su vida los Mandamientos
del amor a Dios y al prójimo. ¿Por qué no es reconocida entonces su labor por
dicha institución? Sencillamente porque la Iglesia no premia los buenos frutos
de las personas de otras religiones, ella beatifica y santifica sólo a quienes
han hecho grande y poderosa a la religión católica.
¿Entonces
qué les espera a las personas de otras religiones tras el fallecimiento según la
opinión eclesiástica mantenida hasta el día de hoy? La respuesta la encontramos
bajo el número marginal 381 en la Colección de Dogmas de la Iglesia recopilada
por Neuner y Roos: “La santa Iglesia católica cree firmemente, reconoce y
proclama, que nadie que esté fuera de la Iglesia católica, sea pagano, judío, o
ateo o que esté separado de la unidad, participará de la vida eterna, por el
contrario quedará a merced del fuego eterno que está dispuesto para el demonio
y sus ángeles, si antes de la muerte no se incorpora a ella, a la
Iglesia”.