Susana Gisbert. La
primavera la sangre altera. Eso dice al menos el refrán, aunque
confieso que no puedo evitar que cada vez que se menta a una
estación, me venga a la cabeza el sonsonete de “ya es primavera
en..”, referido a los famosos grandes almacenes, a los que no voy a
hacer publicidad, que maldita la falta que me hace.
Para
los valencianos, el inicio de la primavera viene unido
indefectiblemente a una sensación agridulce. El fin de las Fallas,
con el punto de tristeza que suponen para muchos y el alivio para
otros. Y para unos y otros, el descanso de unos días agotadores, sea
por la afición a disfrutarlas a tope, sea por haberlas padecido
también a tope, que por más que una sea fallera, es comprensible
que la gente tenga ya ganas de dormir sin sentir que sortean el
perrito piloto en su propia habitación, que en cualquier momento le
va a reventar un petardo en las narices, o que la pituitaria pueda
desprenderse de esa mezcla de pólvora, flores, humo y aceite
requemado de puestos de buñuelos.
Tampoco
notamos demasiado el inicio de la nueva etapa climatológica, que
solemos inaugurar antes, cuando eso que llamamos el “sol de fallas”
empieza a calentar y nos anuncia que ya es hora de ir guardando
abrigos y de sacar las gafas de sol para aprovechar una buena
terracita cuando se pueda. Por más que este año nos diera el susto
de la vida cuando el día antes de la Plantà nos cayó la mundial,
entre rachas de viento y unos chuzos de punta que miedo daba en
pensar como iban a ser las primeras Fallas patrimonio de la
humanidad.
Pero
al final el tiempo se ha portado, y la coincidencia en el calendario
también, y hemos tenido las fallas más multitudinarias que yo
recuerde. Mareas y mareas humanas llenando calles, invadiendo vías
cortadas al tráfico y celebrando las fiestas cada cual según las
entiende. Fiesta, tradición, familia o jolgorio, o todo a un tiempo,
que hay personas realmente resistentes.
Por
eso la primavera en Valencia es algo más que el cambio de estación.
Es también el fin de un ejercicio fallero y el inicio de otro, sin
solución de continuidad y tratando de sobrevivir al cansancio.
Siempre
me ha impresionado la imagen de “el día después”. Cuando una se
levanta –o se arrastra desde la cama- el día 20 y ha desaparecido
todo rastro de carpas, de monumentos, de cenizas, de luces y de
fiesta, más allá de algún petardo rezagado que alguien no quiere
guardaar para el año siguiente.
Y
en nada, Semana Santa. Y Pascua. Y la diáspora a playas o a
cualquier sitio donde disfrutar de la ya instaurada primavera. Eso
sí, como siempre, con la incógnita de si el tiempo va a respetar
nuestro descanso. Porque avance lo que avance la tecnología, eso
nunca cambia. Cosas de tener un clima privilegiado. Como nos tiene
bien acostumbrados, le exigimos más. Que no nos fastidie fiestas,
viajes ni vacaciones.
Pero
sea como sea, ya es primavera. Que todo el mundo la disfrute en paz.
SUSANA
GISBERT
(TWITTER
@gisb_sus)
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