Susana Gisbert.
No soy nadie. Lo reconozco, no
tengo ningún máster, ni postgrado, ni doctorado, ni nada de todo
eso. Pertenezco a la época de las antiguas licenciaturas, donde
tener un título universitario ya parecía garantía de ser mucho, y
que era, además, lo único que exigían para aprobar la oposición
Pero ahora resulta que no soy nadie.
Y es que vivimos una época de
titulitis aguda. Si en la generación anterior a la mía los padres
se mataban para poder dar a sus hijos e hijas una carrera, ahora no
es bastante. Ahora hay que hacer una doble licenciatura, y un máster,
y si son dos o más, mejor. He visto hasta ofertas de tres por uno,
lo juro. Y juro también que no veo una gran diferencia entre la
preparación de quienes hacíamos una solitaria y triste carrera
creyendo que era lo más, a la de quienes pueden colgar hasta cinco
títulos distintos en su despacho. Que, eso sí, les queda mucho más
lucido, dónde va a parar.
Por eso ahora todo el mundo
parece que tiene la necesidad de supertitularizarse con todo lo que
le cae en las manos. O con lo que no le cae, que ahí está la cosa.
Y les quedan unos currículums gorditos e ideales de la muerte, más
ahora que les puedes colocar foto, adornitos y todo lo que quieras
con un programa informático al efecto.
Pero, claro, aunque son todos
muy bonitos y entran ganas de tener uno igual, se nos olvida una
cosa. O dos. Que tienen que responder a la realidad de lo estudiado,
y que tienen que servir para algo más que para lucir en la pared. O
en la web de cualquier institución, vaya.
Lo que resulta inadmisible es
que puedan regalarse, y también que haya quien se deje obsequiar y
además presuma del regalo, y eso sin entrar en la rueda del “y tú
más” que tanto parce estar de moda.
Pero lo que de verdad siento
de toda esta historia es la sensación que queda en todas las
personas que se están dejando los codos y los cuartos en sacarse un
título. Que si están en ello se sienten bobas, y si iban a
planteárselo se lo piensan dos veces. Por no hablar de esos jóvenes
que se preparan y se preparan y no dejan de preguntarse por qué unos
tienen que hacer tanto y otros tan poco.
Así que no nos queda otra que
remasterizarnos. Y pensar que, como diría mi madre, las mentiras
tienen las patas cortas. Aunque una no sea nadie.
SUSANA GISBERT
(TWITTER @gisb_sus)
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