Susana Gisbert. Ya está
aquí septiembre. El mes de la vuelta al cole, del fin de las
vacaciones, de colgar el bokini y las chanclas y del regreso a la
cruda realidad. De pronto, hay que retomar eso que dejamos aparcado
para cuando acabara nuestro tiempo de asueto. Y que sigue ahí. A
pesar de lo que nos hubiera gustado, no se ha volatilizado ni
desparecido durante el verano.
Recuerdo
mis septiembres de niña. Poco a poco, una se iba haciendo a la idea.
La gente se iba poco a poco. Los de fuera, primero. Después, quienes
sienten más urgencia de tenerlo todo listo para cuando llegue el
día. Más tarde, los últimos remolones. Y, por último, quienes se
erigen en la resistencia del verano, empeñados en exprimir su último
zumo aunque sea compatibilizando con el recién reestrenado trabajo.
Ahora la
cosa es diferente. Los colegios y las universidades empiezan antes,
las madres trabajan fuera de casa –las que tienen trabajo, claro- y
no como cuando yo era niña, en que la mayoría se quedaban al cargo
de la prole, mimetizando sus horarios con los de su marido y sus
hijos. Y la diáspora se produce de golpe. Apenas un par de días y
los lugares de veraneo se quedan vacíos. O casi.
Añoro esos
últimos días de verano de mi infancia, al empezar septiembre,
cuando el día menguaba recordándonos poco a poco que se acabó lo
bueno. Cuando cada día nos despedíamos de alguien, de algo. El
último baño en la playa, la última verbena, la última cena de
amigos. Y ese deje de melancolía que te iba impregnando poco a poco
y era como una anestesia epidural para la vuelta al cole.
Pero es lo
que toca. La vida cambia y nosotros con ella. Por suerte, ya quedan
pocas madres de las que debían amoldarse como el agua a la forma de
la jarra, a todo lo que hicieran los demás, sin sitio para ellas
mismas. Y ya no hay anestesia que valga.
El
pistoletazo de salida ya está ahí. Y por más que pidamos una
prórroga, la cosa ya no tiene remedio. Una caravana que separa las
vacaciones del trabajo, y ya estamos ahí otra vez.
Por si
alguien lo duda, que mire los anuncios de radio y televisión. Las
colecciones por fascículos ya se anuncian a todo trapo. Casitas de
muñecas, dedales, juegos de porcelana fina, motores de aviones
legendarios, muebles victorianos, cohetes espaciales, zapatos de
colección, cuadros de punto de cruz o cursos de mecánica o de petit
point. No dejan lugar a dudas. Llegó septiembre.
Y siempre
me quedo con la duda de si alguna de estas colecciones llega a
terminarse o solamente es un modo nuevo de anestesia epidural para la
vuelta al cole.
SUSANA
GISBERT
(TWITTER
@gisb_sus)
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