Rafa Escrig.
Suelo llevar un libro encima
para leer en el autobús, si es que puedo sentarme, leer de pie con
una mano cogido y con la otra manteniendo abierto el libro, es
bastante complicado. En esta ocasión he ido sentado leyendo uno de
los artículos que Azorín escribía para el periódico España. El
artículo lleva por título “Curso abreviado de pequeña
filosofía”, en él Azorín despliega toda su ironía y su
preferencia por las cosas más sencillas: levantarse de la cama,
desayunar, leer las noticias en el periódico, pasear, comer, ir por
la tarde a la redacción y dar a la imprenta el artículo del día, y
ya pasada la medianoche acostarse a dormir plácidamente. Y todo esto
contemplado de la manera más filosófica posible, sin sobresaltos,
sin agitación, sin contrariarse con nadie ni por nada.
Azorín da a entender en su
artículo que la situación del país en esos momentos es
trascendental y preocupante: los gobiernos cambian, los políticos
hablan y hablan, la retórica parece más importante que resolver los
problemas del pueblo. Los discursos de los parlamentarios solo sirven
para reflejarlos en la prensa matutina, que dirá lo mismo que la del
día anterior. Y desde su mirador filosófico, Azorín intenta
analizar por qué nuestro país sigue sumido en esa situación de
declive, por qué no tienen solución sus problemas. Entonces mira
hacia otros pensadores y nos habla de Baltasar Gracián y de
Francisco Fernández de Navarrete, grandes personajes de nuestra
pasada historia que ya se preguntaban entonces por qué los españoles
somos así, y lo achacaban al suelo: “El
clima, la geografía, la hidrografía y hasta la flora conforman
nuestro carácter”
–decían- ¿Entonces para qué preocuparnos, si hagamos lo que
hagamos, la geografía y la hidrografía de nuestro árido suelo es
lo que va a conformar nuestras acciones?
No sé si estoy muy de acuerdo
con esas conclusiones que aún perduran entre nosotros tantos años
después, pero sin querer ahondar más, digo como dice Azorín
cargado de filosofía: “Me
siento feliz; el cielo está azul; el aire es templado y confortante.
Y cuando he paseado un poco, cuando me he bañado en la viva lumbre
solar, regreso a casa.”
El jueves pasado, durante el
desayuno, me irritó bastante la conversación que mantenía con un
amigo con quien suelo desayunar un día a la semana. Durante el
tiempo que permanecimos en el café, no estuvimos de acuerdo en nada,
hasta que dimos por terminada la conversación, en otras ocasiones
afable y placentera, y nos despedimos enfurruñados, cavilando que
hubiera sido mejor levantarnos mucho antes. Y leo en el mismo
artículo de Azorín: “¿Para
qué esforzarnos en sacar hondas filosofías, de cosas
insignificantes, que no la tienen?”
Y es que los grandes maestros nos dan siempre grandes lecciones.
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