Cuando un colegio no se ocupa a su tiempo de mantener a raya a los
gusanos del pino, viene la procesión de ruegos, preguntas y
demandas. La procesionaria ya está aquí, allí y acullá. No
prevenir supone que nuestros hijos campen en los recreos entre
algodones bien peligrosos: los nidos de esta oruga tóxica, erizada
de púas, son de efectos devastadores. Niños y adultos pueden sufrir
desde urticaria, náuseas o síncopes hasta asfixia; para los
animales domésticos son mortales, y el mismo árbol en que se gestan
se ve minado por su ataque. Ni siquiera hace falta tocarlas, basta
exponerse al aire libre donde eclosionan. Los casos de
hospitalización no son aislados. ¡Así puede estar el patio! Pone
los pelos de punta, ¿verdad?
En fila india, como escolares, lucen todas el mismo pelaje. Si un
balonazo o un golpe de aire hace caer la bolsa en que anidan, la
madeja está servida. Por qué se permite esta situación extrema,
pese a las alertas anuales de veterinarios, de Sanidad y de la
Guardia Civil, es incomprensible. La pelota terrible se la van
pasando burocráticamente mientras algunos quedamos pendientes de la
bolsa, preocupados, asustados. Que la alerta no caiga en saco roto
supone una sarta de patadas, un peregrinaje que puede llevarnos al
quinto pino de la inoperancia, a media manzana de la desidia general.
En cualquier centro escolar público el Ayuntamiento pone remedio
(igual que en un parque o jardín de la calle), pero no así en un
centro privado: el caso del colegio privado nos deja como
desconcertados. Pasan los días, siguen su curso los gusanos; las
bolsas, lanosas, siguen ahí. ¿Qué hacer?; la situación se vuelve
irritante.
¿Hasta que no está el mogollón encima no reacciona nadie? ¿Es más
cómodo dejar que el mal bicho circule a mandar una circular a los
padres, o acaso esto entra dentro de su «política
ecológica»?
Las campañas informativas de las consejerías de Educación o
Sanidad son bienvenidas; quizá deberían potenciarse en los
colegios. La población debe estar al tanto, con pelos y señales, de
lo que este insecto implica y de que combatirlo no es moco de pavo:
requiere la intervención de personal especializado y adecuadamente
equipado. Es inaudito que en un consultorio aún haya entre el
personal sanitario quien pregunte: «¿ataque
de procesionarias?, ¿y eso qué es?».
La procesionaria es un problema de salud pública y como tal debe
gestionarse y tratarse. Corresponda a quien corresponda la
responsabilidad, es inadmisible que estos bichos estén en un
colegio. Es tremendo exponer a los menores a este riesgo. ¿Es que
hay miedo? El miedo paraliza, sí. Pero sepan que también mueve el
mundo. Que no paguen esto los niños. Un poco de educación, por
favor.
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