Mónica Caparrós. Supongamos
que viene a la ciudad Malik Ibn Benaisa, imán de Ceuta, el mismo que
en un video aseguraba que las mujeres que se perfuman y salen a la
calle son unas fornicadoras, el mismo que limita su libertad hasta en
el hecho de hacerse las cejas. Digamos, pues, que este hombre viene
aquí, y una asociación musulmana lo acoge. Viene y suelta su
discurso y le ponemos alfombra roja, y llenamos la mezquita y,
callados, aceptamos su misoginia.
Sería
un escándalo; haríamos una protesta frente al centro que lo
acogiera, artículos de prensa... Pero hete aquí que no es Malik,
que es Antonio, que no es Ibn Banaisa, que es Cañizares. En el fondo
da igual el nombre, porque su discurso, pese a ir protegido bajo el
solideo, es igual de rancio y peligroso. La diferencia entre estos
dos personajes, es que este último se ve amparado por el manto
intocable de la iglesia católica y un Estado que no se atreve a
demostrar la aconfesionalidad de la que presume. Un representante de
la iglesia que odia abiertamente a las mujeres, que deslegitima el
matrimonio entre personas del mismo sexo, es recibido y aplaudido
como si mereciera el respeto que no ofrece. Que no esperen de
nosotras que le acompañemos en su tourné por la comarca.
Ahí,
en esta falta de crítica, es donde se ve cómo de profundo ha calado
el discurso y la manipulación de una religión que nunca abandonó
el poder y nos educó como sociedad por los siglos de los siglos.
Amén.
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